No se me ocurría darle vueltas a una silla ni a un paraguas. Decían que eso atraía desgracias. ¡Se podía morir el más pequeño de la casa! No comprendía yo la relación entre ambos hechos en mi débil razonamiento infantil.
Tampoco la correspondencia que existe entre la mirada de una persona que ha sufrido el quebranto de un ojo y los infortunios que acarrea. Pero el dicho existe: ‘Parece que me ha mirado un tuerto’ se dice cuando suceden varias adversidades en poco tiempo.
Lo del ‘mal de ojo’ es parecido. En este caso el maleficio no se debe a carencia de órgano, sino a que hay personas que tienen poderes para transmitir males a otras de forma intencionada o involuntaria. Son los denominados aojadores. Deriva esta suposición de la leyenda del contemplador u ojo maligno, un ser malvado y monstruoso parecido a un pulpo gigante con un ojo central muy grande y otros más pequeños en los pedúnculos. Era invocado por personas con malformaciones para que produjera males a otras. Hay quienes lo detectan e intentan curarlo con un poder no se sabe si innato o recibido de algún ser ultra terrenal. El proceso consiste en echar unas gotas de aceite en un vaso de agua y comprobar su comportamiento entre plegarias y cruces. Se pronuncian el nombre y los dos apellidos del afectado y comienza el ritual: “Si tienes mal de ojos que te lo cure Dios, con sus clavos con su poder, con su cruz y con el dulce nombre del buen Jesús”. “Dos ojos te mataron, otros dos te sanarán”.
El llamado mal de luna llena o alunamiento sigue un ritual muy parecido al del ojo.
Las supersticiones son según el diccionario de la RAE creencias extrañas a la fe religiosa y contrarias a la razón, pero en mi opinión los límites están confusos. Forman parte de nuestras costumbres e idiosincrasia. ‘Hoy me ha levantado con el pie izquierdo’, decimos cuando no nos salen bien las cosas. Ser zurzo se consideraba antiguamente una anomalía, iba contra natura. ¡Cuántos niños y niñas contrariados en su lateralidad por profesionales, padres y madres ignorantes! Todavía hoy ciertos deportistas saltan al campo procurando que sea el pie derecho el primero que lo toque.
Pasar por debajo de una escalera, vestir de amarillo, cruzarse con un gato negro, la rotura de un espejo, entre otras cosas y hechos se asocian igualmente con la mala suerte. Los toreros procuran que la montera no caiga boca arriba tras el brindis y si tienes que casarte o embarcar procura que no sea martes y trece.
Si algún supersticioso tiene la mala suerte de que se le derrame un salero debe coger un puñadito y tirarlo para atrás por encima del hombro para ahuyentar desgracias.
¿Quién no ha escuchado alguna vez la expresión ‘toquemos madera’ como salvaguarda y escudo?
Todas las supersticiones tienen su explicación en tiempos en los que cualquier fenómeno o suceso de los que se desconocía la causa lógica es atribuido a fuerzas ocultas del más allá, a designios desconocidos.
Un mundo esotérico de brujas, demonios, hechizos y sortilegios donde avispados adivinadores sin fundamento pululan a la caza de los crédulos.
Seguro que usted, amable lector, conoce muchas más supersticiones y prácticas de este tipo.