Siéntate en la puerta de tu casa.
Verás pasar cabezas pretenciosas
que al cielo pareciera
alcanzan con los picos de sus crestas
y las suelas do apoyan su altivez
eluden o desprecian.
Van ciegos en sus ansias de grandeza.
No te sientas dañado en el desdén
que nutre su soberbia.
El más grande desprecio a su arrogancia
es que sepan
que a nadie importa su insolencia.