En los días de fiesta había baile por la mañana y por la noche y era habitual, una vez acabado, prolongar los horarios de las libaciones después de irse las mujeres a sus casas, pues ellas, en esta época, aún no se habían equiparado en el tiempo de holganza tabernaria con los hombres. Ni en los bares, ni en las prolongaciones extras que continuaban en la calle con la botella del camino después de haber cerrado los establecimientos, pues la hora de cierre era muy temprana y se vigilaba por los agentes municipales su estricto cumplimiento. Se aprovechaban estos días festivos para las manifestaciones públicas de los primeros escarceos amorosos.
Las serenatas que se daban iban acompañadas generalmente de cogorzas que se paseaban de madrugada por las calles solitarias. Se iba en grupo y al llegar a la casa en la que alguno tenía interés en manifestar el gozo que le provocaba la flecha con la que Cupido había traspasado su corazón, comenzaba el grupo a intentar enderezar los primeros compases de la canción tunanta, un desentonado “Sal al balcón” que debía desanimar a la más complaciente de las damas por muy deseosa que estuviera de cortejo.