Sequía

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 Las sequías son cíclicas y pertinaces  Lo sabemos por experiencia y por la cantinela que escuchamos tantas veces.
Otra vez  ancla en nuestros lares con las garras del “ciego sol, la sed y la fatiga”. El labrador que “del cielo aguarda y al cielo teme” mira cada tarde al horizonte buscando indicios de lluvia en la dirección del viento o en el aspecto del cielo, como el padre del hijo pródigo lo esperaba  a las afueras del pueblo, anhelando que la silueta en lontananza fuera la esperada.
Ya cesaron los arrullos de las tórtolas en las dehesas, migraron las golondrinas y vencejos a tierras africanas. Entrado el otoño llegarán del norte los zorzales, las grullas, las avefrías, los chorlitos,…pero el agua  que debería venir del Atlántico  no acaba de llegar.
El hombre aguarda y escudriña cualquier leve indicio. Sospecha   que algo pasa, que el clima, lenta e irremisiblemente está cambiando. Fallan los barruntos que antes anunciaban la lluvia. Los cercos de la luna y el sol, los nietos que les salen a los lados y que los técnicos llaman parhelios, la forma de elevarse o agacharse   el humo de las candelas, el comportamiento de las aves…
Los pozos han profundizado oquedades y ha habido que añadir soga para llegar al agua, si  queda, allá en las sombras, donde la mora acecha la cara de los niños que se asoman al brocal.  El sol del mediodía, caricia de luz irisada cuando  está en lo alto, no  alcanza a tocarla.
Los musgos secos y amarillentos ansían el  mullido verdor cuando resbala la lluvia por sus rocas.
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Los arroyos, gavias y regajos  son arterias sin flujo de un cuerpo que agoniza. Los espinos y los cardos secos se amontonan en las alambradas, como espectros de relámpagos interrumpidos que demandan auxilio con los brazos abiertos.
Añoro las noches en que pasan las nubes cuarteadas y veloces delante de la luna, como borregos que huyen de los lobos. Si las miras mucho rato parece que es la luna quien corre en dirección contraria. Una calle a oscuras, un tejado claro que al poco intercambian luz y sombra. Al día siguiente  flecos grises se arrastran por las crestas de la sierra, empujadas por los vientos ábregos cargados de humedad. Quiero que llueva en la quemada piel por el sol de los barbechos, bálsamo tibio de esperanzas verdes, en los alcores calvos y resecos; que lloren las alamedas y los chopos con el gozo risueño de sus hojas. Que el viento, perrillo suelto, suba a la cima de las nubes y juegue al escondite en las esquinas, que silbe en las cornisas y en los cables del tendido. Quiero ver llover sobre las tejas que guardan el verano dentro. Que la lluvia derroque la sucia corona  de las ciudades y la arroje sobre el suelo, revolución limpia con las armas de la lluvia, que aclare los cristales empañados de la atmósfera, que  abra la tierra, prieta de sequedad en sus entrañas enquistadas, que cesen las tolvaneras en los páramos desiertos. Agua fecunda, limpia, mansa y caladera sobre las ciudades y los campos. Y después que refleje el sol su brillo sobre las primeras hierbas del otoño y en el arroyo corra clara entre los guijarros y los limos.

3 respuestas a «Sequía»

  1. ¡Hola,Juan Francico!
    Anoche ,domingo y como siempre hago,entré en el ordenador con la expectativa siempre grata de leer tus escritos.Saboreaba cada palabra,el lirismo de éstas…Me sumerguía como tantas otras veces de tu prosa,en muchos momentos pensando si yo pudiera escribir así y como siempre atendí a los comentarios con los que en muchas ocasiones estoy de acuerdo.Hasta llegar al de la persona que tan abruptamente intercala un comentario harto desagradable,por no usar otras palabras.Ni caso.Anoche no te pude escribir,quedé tan anonadada que preferí dejar pasar unas horas.Harta como estoy de tanta zafiedad aquí,de tanto energúmeno como estamos padeciendo.Un abrazo y mi apoyo.Tú sigue,por favor.

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