La sala de juegos de los Retóricos estaba en el rincón que miraba al mediodía del patio de tierra, al lado de una fuente de dos grifos.
Disponía esta sala de un aparato de radio y una televisión. Ésta la compramos entre todos, pues cada trimestre poníamos cinco duros para amortizar la adquisición. La tele era en aquel tiempo en blanco y negro, pero el Prefecto, D. José Díez. Le ponía un papel de celofán de color azul, lo que además de darle un ambiente celestial a las imágenes servía para que el brillo no molestase mucho a la vista.
La tele se ponía los domingos por la tarde. Bonanza, El Llanero Solitario, El Virginiano y algunas series más nos servían para pasar la tarde más o menos agradablemente. Además, sobrescritos salían los resultados de los partidos según se iban produciendo los goles, lo cual era acompañado de expresiones de júbilo o decepción según preferencias. Después venía el partido de fútbol televisado, que era el plato fuerte para los que nos gustaba este deporte.
Existía por aquel entonces un programa llamado Escala en Hifi en el que unos actores ponían su cuerpos y sus gestos para acompañar las canciones de moda.
Una tarde fría y húmeda pacense salió una actriz con ropa ceñida y escasa y con unos movimientos algo insinuantes para la época y el Prefecto con gran sofoco y sin dar más explicaciones apagó la tele y nos echó a pasear al patio hasta la hora de la cena. El relente difuminó y enfrió las posibles elucubraciones mentales que aquellas imágenes pudieran haber producido.
Fue durante esta época cuando el Inter de Milán con Helenio Herrera a la cabeza y los Corso, Mazola, Facheti… le disputaba la primacía europea al R. Madrid. Una de las noches televisaban una semifinal de la Copa de Europa, pero llegó la hora de la cena y tuvimos que dejarlo. Tan mal nos sentó a los más aficionados que D. José Díez, viendo nuestras caras dijo: “El que quiera ver el partido puede verlo, pero se queda sin cenar.” Unos cuantos perdonamos la cena por el partido y nos fuimos otra vez a la sala a verlo. Me arrepentí cuando de madrugada mis tripas reclamaban el alimento que yo, por esa pasión futbolera, les negué a su hora.