La sala de juegos de los Retóricos estaba en el rincón que miraba al mediodía en el patio de tierra, al lado de una fuente de dos grifos, donde escuché algún anochecer otoñal escuché a José María Cerqueira tocar la armónica.
Disponía esta sala de un aparato de radio y una televisión, nuestras ventanas al mundo lejano. La tele la compramos entre todos, aportando cada trimestre cinco duros para amortizar la adquisición. No existía el color todavía en los aparatos receptores. La visión era en blanco y negro, pero el prefecto, D. José Díez Medina, sentado en primera línea, le colocaba un papel de celofán azul, lo que además de darle un ambiente celestial a las imágenes servía para que el brillo no molestase mucho a la vista.
La tele se ponía los domingos por la tarde. Bonanza, El Llanero Solitario, El Virginiano y algunas series más nos servían para pasar las tardes de manera más o menos entretenida. En la parte inferior de la pantalla iban saliendo, sobrescritos y parpadeantes, los resultados de los partidos de fútbol según se iban produciendo los goles, lo que era acompañado de expresiones de júbilo o decepción según las filias futboleras de cada uno. Recuerdo a Joaquín Becerra Picón, como forofo del Atlético de Bilbao y al prefecto, sevillista, como yo. No había más coincidencia en gustos y aficiones, que yo supiera. Después venía el partido de fútbol televisado, que era el plato fuerte para los que nos gustaba este deporte.
Existía por aquel entonces un programa llamado Escala en Hifi en el que unos actores ponían su cuerpos y sus gestos para acompañar en off las canciones de moda. Un grupo estadounidense llamaba la atención por su música vibrante y pegadiza, Los Four Tops y su canción Reach out l’ll be there, algo así como ‘Cuando me necesites, allí estaré’. Le gustaba especialmente a mi amigo y casi paisano Luis Cañamares, que en gloria esté.
Una tarde fría y húmeda, de esas con las que el Guadiana abrazaba a la ciudad pacense, salió una actriz con ropa ceñida y escasa y con unos movimientos algo insinuantes para la época y el prefecto con gran sofoco y sin dar más explicaciones apagó la tele y nos echó a pasear al patio hasta la hora de la cena. El relente difuminó y enfrió las posibles elucubraciones mentales que aquellas imágenes pudieran habernos ocasionado.
Fue durante esta época cuando el Inter de Milán, con Helenio Herrera a la cabeza y los Corso, Mazola, Facheti… le disputaba la primacía europea al R. Madrid. Una de las noches televisaban una semifinal de la Copa de Europa, pero llegó la hora de la cena y tuvimos que dejarlo. Tan mal nos sentó a los más futboleros que D. José Díez, viendo nuestras caras dijo: “El que quiera ver el partido puede verlo, pero se queda sin cenar.” Unos cuantos perdonamos la cena por el partido y nos fuimos otra vez a la sala a verlo. Me arrepentí cuando de madrugada mis tripas reclamaban el alimento que yo, por esa pasión, les negué a su hora.