A primeros de noviembre se celebraban los ejercicios espirituales. En el Seminario Menor durante tres días y en el Mayor una semana. Eran días de silencio riguroso. Después de cada charla paseábamos por el patio supuestamente pensando en lo que nos decían en las pláticas. Otros, más devotos, se iban a la capilla para estar más concentrados. En el Mayor se regían por los toques de la campana que estaba en un rincón del patio de las columnas. Franco era el conserje y portero y también el encargado de tocar la campana. Días de pocas horas de luz, de niebla del Guadiana y meditación. Mucha meditación.
Un año, a los pequeños nos dio los ejercicios D. José María Diosdado, de Linares de Riofrío. No sé por qué lo recuerdo, pero algo debió influir para que perdure tanto tiempo en la memoria. Por aquel tiempo ideé un abecedario con signos que asociaba a cada letra una grafía que yo me inventé, así la a era un punto. Una especie de morse para uso doméstico. De esta forma escribía mis interioridades sin que nadie se enterase.
Se suponía que después de los ejercicios debía de haber una mejoría en los comportamientos. Un año, a la mañana siguiente de terminar éstos, recién acabada la misa y antes de bajar a desayunar, tan deseosos estábamos de hablar después de tanto silencio, que me fui la camarilla de un compañero, Joaquín Becerra Picón, de Feria, junto con otros compañeros vecinos. La puerta de la camarilla estaba abierta. No se permitía que si había más de uno en ella ésta permaneciese cerrada. Yo, charla que te charla, no me di cuenta que D. José Diez se situó detrás de mí pues yo estaba de espaldas a la entrada; sólo la cara de pavor del resto de los compañeros me hizo presentir la presencia del Prefecto. “Buenos propósitos hemos sacado de los ejercicios”…No tuvo que añadir nada más. Cada uno se agazapó como pudo y se refugió en su camarilla respectiva, pero el día ya estaba hecho. Un auténtico “fiche”, que era como llamábamos cuando nos sorprendían los superiores infringiendo el reglamento.
Los días de retiro eran sólo una mañana, generalmente la de los jueves, también de silencio y meditación. Se hacían más llevaderos. Se celebraban varios a lo largo del curso. Tanto en unos como en otros no se podía pasear por el patio en grupos y hablábamos a hurtadillas de la vista de los inspectores y de algunos que tenían fama de correveidiles.