Semana santa.

Este marzo, que nos pinta

pardo nuestro refranero,

tiende mantos grisáceos

sobre el  corazón del  viento.

Llora lágrimas redondas

en el cáliz de las flores

para ofrecer a  los lirios

altares con olor a incienso.

Iban dolorosas vírgenes

y  cristos crucificados

de grandes imagineros

por las calles de mi pueblo.

Yo,  con candor de niño,

deseaba desclavarlos

y ofrecerles mi pañuelo

para consolar su llanto.

Ahora soy yo quien recorre,

sin ser estatua de barro,

las calles sin procesiones,

sin saetas y sin cantos

y nadie viene a  llorarme

ni a  aliviar mi desencanto.

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