El año agrícola empieza por san Miguel, cuando se voltea la tierra labrantía con la mano en la mancera para ofrecer su pecho fecundo al cielo esperando lluvia y tempero, cuando el membrillo maduro cae a la gavia y la brisa de la tarde trae hasta el pueblo olor a tierra mojada.
Por estas fechas acuden al rodeo de Llerena los agricultores y ganaderos a hacer los tratos de compra, venta o cambio de ganado.
Al rozar la alborada los lomos de la sierra se tiene todo preparado: las bestias aparejadas, la merienda en la hortera y la botella de vino a buen recaudo dentro la alforja.
Por caminos hoy perdidos por el desuso o apropiados por los dueños de fincas colindantes, cuando el sol de miel y membrillo de septiembre se comienza a extender por los rastrojos y las pardas tierras de los barbechos, se inicia la marcha. Sobre la bestia van pensativos los campesinos, acompañando con el movimiento de sus cuerpos el paso uniforme y rítmico de la caballería. Después de casi dos horas de marcha llegan al rodeo. Ante el acoso de los primeros tratantes que los han visto llegar, casi siempre de raza gitana, ocultan sus verdaderas intenciones de compra, venta o cambio. El humo de un buen cigarro de petaca y la mirada de reojo pasando de grupo en grupo, con mirada de liebre precavida, ayudan a estudiar la situación, mientras los animales, bien sujetos de los cabestros, abrevan en el pilar después de la caminata.
En el regateo hay que demostrar poco interés en lo que realmente se pretende y no dejarse embaucar porque el animal, azuzado por la varita de mimbre del gitano, muestre una postura bizarra y unos movimientos ágiles, pues no sería la primera vez que seducidos por el señuelo, se lleven en los días posteriores un desengaño al comprobar que lo que fue boyante en el rodeo, sin saber cómo ni por qué, se convierte en torpeza o falsedad.
Tras muchos tiras y aflojas, muchas fintas y amagos dialécticos, se cierra el trato de compra, venta o cambio con un apretón de manos y se emprende el camino de regreso.
Por estas fechas también se celebran los contratos verbales entre los grandes propietarios y sus empleados: yunteros, pastores, gañanes, porqueros, cabreros… Mediante estos contratos trabajan durante un año a las órdenes de aperadores y mayorales en las grandes casas de labranza. Si el trabajo es satisfactorio renovarán al año siguiente el pacto. El estatus laboral de estos trabajadores es intermedio entre los regímenes de los fijos y los eventuales. Son los acomodados.
La actividad en el campo se revitaliza por san Miguel. Besanas y apriscos, arreos de yuntas y tañer de esquilas llenan la campiña de bucólicas estampas.