Me gusta pasear por el campo estos días de febrero porque la primavera se anuncia en los almendros. Duro y de rugoso aspecto en su exterior, pero de bellas y delicadas flores. Destacan, blancas y rosadas, en los ribazos y entre los olivares de la sierra.
Tiene la edad madura algo de similitud con este árbol. Los años endurecen y arrugan la piel, pero el aspecto engaña e igual que en ellos ofrecen hermosas flores, de los mayores pueden nacer los sentimientos más excelsos. ¿Por qué se emocionan tanto los viejos si no es porque conservan en su corazón la ternura que su físico les vela?
Pienso estas cosas mientras paseo por la ribera del arroyo de la Corbacha, casi seco en los últimos veranos, pero que en inviernos lluviosos se convierte en caudaloso río con imponente rugido entre las abruptas rocas de su cauce. Quedan restos de viejos molinos en sus orillas y en sus vegas florecieron feraces huertas que llenaron de vida estos parajes.
Recuerdo otros días de lejanos febreros. La lluvia repentina y breve, la luz del sol que aparece entre trozos de añil y levanta el arco iris sobre la nube negra que se aleja. Los bulliciosos trinos de ruiseñores en la alameda y en el pelo mojado de una joven, efímeros reflejos bellamente tentadores. De nuevo el campo se oscurece al paso de otra nube que se acerca con un rumoroso galope de lluvia. Llega y nos moja. Juntos buscamos la protección de nuestros cuerpos hasta que se aleja por los olivares arrastrando entre las ramas los volantes de sus cortinas de agua. El sol vuelve a dejar medallones sobre el campo verde y entre la siembra se escuchan los reclamos de la perdiz en celo.
A mi paso han levantado el vuelo, sorprendidos, unos cuantos patos azulones. Una gallineta esquiva ha sobrevolado a ras el agua y se ha escondido en las eneas.
Si este pequeño arroyo provoca en mí tantas sensaciones, qué no será el Duero para muchos amantes de la naturaleza y la poesía al pasear por los mismos lugares que inspiraron a tan insignes escritores.
Gustavo Adolfo Bécquer ubicó allí la acción de dos de sus ‘Leyendas’: ‘El monte de las ánimas’ y ‘El rayo de luna’.
Y qué decir de Antonio Machado: “Allá, en las tierras altas, /por donde traza el Duero /su curva de ballesta/en torno a Soria, entre plomizos cerros/ y manchas de raídos encinares, /mi corazón está vagando en sueños…”
Hay un proyecto para construir una urbanización en su orilla derecha a su paso por Soria, lo que alteraría el paisaje y su patrimonio sentimental.