Está crecido el señor Artur Mas. Y creído. Después de que su formación política, que es un federación de dos partidos, sacase lustre a la ambigüedad durante legislaturas hasta el extremo de hacerla programa y credo, enarbola ahora la bandera de barras estrellada convertido en adalid del independentismo desde que divisó en lontananza la polvareda que las huestes separatistas levantaban en su creciente e imparable avance. Puesto al frente de la avalancha ya no valen las fintas, amagos, regates y faroles a los que tan acostumbrados nos tenía su formación. O corre delante o lo arrollan.
Si los vientos soplan favorables, los adictos a las causas emergen por doquier. Cuando el general Sanjurjo protagonizó el 10 de agosto de 1932 la fracasada “sanjurjada” en Sevilla un periodista le preguntó:
-¿Con qué apoyos contaba?
-Si hubiese ganado, con el suyo- le respondió el general.
Ante las ostensibles manifestaciones de la Diada y del Camp Nou y a la vista del resultado de las elecciones en el País Vasco, el señor Mas ha engallado el tipo con pose retadora de banderillero dispuesto a dejar en el envite las banderillas negras en lo alto del toro de Osborne. Otra cosa es que la brava y noble silueta metálica se deje.