Mientras tú hilas en el bastidor para llenar huecos olvidados con islotes del presente yo miro el espacio vacío sin distancias. En la sala suena con ritmo acompasado y persistente el tic tac del reloj, sólo él, comiéndose el tiempo en nuestras manos como voraz paloma. Siempre estuvo ahí, como un latido en la sien. Hubo momentos que no sentimos sus pasos, pero nunca cesaron.
El despertador estridente que rasgaba los límites del alba en la placidez del sueño.
Las campanadas del reloj de pared en las interminables siestas de la infancia cayendo lánguidas en la sala del moscón y la penumbra.
Las de la madrugada en la juventud que llenaban la casa de metales delatando pisadas furtivas .¡Qué horas son éstas!
Aquel reloj del bolero al que pedimos, sin respuesta, que detuviera su camino en la noche amorosa y placentera.
El de la espera tras la puerta marcando la angustia. Y el de la primera adolescencia al que quisimos adelantar las agujas para hacernos mayores.
Todos los relojes serán uno en los cipreses con ritmo de lluvias y estíos, eterno tictac que ya no altera el sueño.
Un texto excelente, catalizador de melancolías
Muchas gracias, Julio.