Algunos labradores y ganaderos llevaban un reloj con cadena en un bolsillo del chaleco, asido a un ojal del mismo. Eran los acreditados “Roscopatent”, que deben su nombre a su inventor, el alemán nacionalizado suizo Georges Frederic Roskopf, pero la mayoría no los necesitaba. La vida rural se regía por el sol.
Parte de las largas noches de invierno se pasaban al fuego o al brasero entre charlas y juegos de mesa y de fondo radio Andorra. Después a la cama a soñar con los angelitos. En verano la vida bullía con el trajín de la recolección. Las eras del ejido, los carros con el grano y la paja por las calles, las casas de par en par para que el fresco de la noche aliviara las calores del día… Si se dormía poco tiempo para eso estaba la siesta.
Llega otra vez el cambio de hora, que dicen los que entienden que se ahorra mucha energía. Yo no lo entiendo, pero creo que acomodándonos a la luz, sin mover las manillas, podríamos adelantar o atrasar las faenas y no trastornar bruscamente dos veces al año los hábitos de todos.