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Las campanas del reloj
enclavan rejón de bronce
en los capotes del aire
y lo llevan con sus vuelos
a posarlo en los rincones
más apartados del pueblo.
Alberga vellón de luz
la farola de la esquina
entre sombras de paredes.
Parten sus medias las horas
con un tajo solitario,
aldabón seco en la noche
de los sueños al abismo.
Después, otra vez silencio.