Esta fotografía la he cogido de la página web del Ayuntamiento de Guadalcanal.
A mediodía íbamos al casino Nuevo Circulo a tomar las copas. Antonio Osorio regentaba por entonces los servicios de bar y repostería. Del orden y protocolo se encargaba con probada eficacia don Juan Ceballos que tenía su oficina en un rincón del salón, justo enfrente después de franquear la puerta de entrada, desde donde iba dando complacidas salutaciones de bienvenida a los clientes.
No siendo yo amigo de asociaciones cerradas y selectivas, acudía allí, sin embargo, por no apartarme de los compañeros a hora de tan placentero y reconstituyente asueto. Casi todas las personas con las traté en esta institución eran de trato afable y urbana discreción. Algún remilgado de abrigo austriaco y sombrero tirolés, más enhiesto por reverencias ajenas que por méritos propios, se dejaba ver por allí esporádicamente. En aquellas dependencias conocí a Casto, el cartero, a mi paisano Antonio Serna, a Ángel, el médico, a Emilio el practicante y a mucha gente más. Después, cuando Antonio Osorio dejó de ser repostero, sustituido por Eduardo, excelente persona y gran profesional también, alternábamos este lugar con el bar Nuevo, por no abandonar a quien tan bien nos trató y nos siguió tratando después. El grupo lo formábamos habitualmente Pepe, nuestro director, Ramón, Pedro, Alfonso, Paco, Juan y yo.
No era raro el día que, de recogida ya, tomábamos la espuela en la Puntilla Ramón, Pedro, Enrique, el farmacéutico y yo. Todos residíamos en la calle san Sebastián. Alfonso, que también compartía fonda en casa del Nene, estaba ennoviando por estas fechas y faltaba a veces a estas libaciones por razones obvias.
En ciertas ocasiones se unía al grupo Antonio Martín , el cura, que llegaba con su teja y sus manteos, infatigable en sus labores musicales. Un año nos invitó a probar unas presas a la matanza que había hecho su madre, que vivía con él. Antonio era del Real de la Jara donde yo tenía un pariente político. Por eso y por sus funciones en el colegio, entablamos relación amistosa. Tal, que un año la banda de música, que estaba en sus inicios y que él creó fue a instancias mías a Ahillones, mi pueblo, a adornar y ensalzar una semana cultural. Una arroba de vino de la bodega de mi cuñado le traje como agradecimiento, correspondiendo así el ayuntamiento a su desinteresada colaboración.
Por la noche yo solía ir al Cebollino, donde me encontraba al decano de los compañeros, don Andrés Mirón, padre del extraordinario poeta del mismo nombre, que por cercanía a su domicilio tomaba allí sus chatos de vino. Lo recuerdo en invierno en el extremo de la barra con su abrigo largo y su cigarro. El bar de esta sociedad recreativa lo regentaba Pepe Baños, personaje curioso y entrañable. Por carnavales se disfrazaba solitariamente y visitaba los sitios que le parecía oportuno. Lo recuerdo un año en la escuela de retratista antiguo con la máquina fotográfica y su trípode a cuestas.