Llegó una noche la pareja de la Guardia Civil a un bar de mi pueblo donde los parroquianos apuraban las últimas copas. Había un ambiente distendido y propicio a la charla amigable al calor del vino, así que la presencia de la Benemérita interrumpiendo la reunión, causó malestar ente los presentes, pero los tiempos no estaban para andar con protestas. El respeto miedoso que infundían los tricornios y los uniformes verdes hacía que su sola presencia a esas horas sirviera para que la mayoría enfilara la dirección de su casa sin rechistar, incluso antes de que abriesen la boca anunciando que había llegado la hora de la retirada.
Pero Angelito el Sordo se quedó un poco rezagado apurando la última copa y con muy pocas ganas de irse, así que uno de los guardias le dijo:
-¡Es que no has oído, vamos, a tu casa y a la cama!
Cuando se iba y al pasar a su altura, cerca de la puerta, refunfuñó sin mirarles las caras:
-A la cama me iré, pero dormirme no me duermo.
Era la única rebeldía que uno podía permitirse, so pena de irse, además de sin ganas, caliente.