Rayas y arrugas

 

La veteranía es un grado en todas las profesiones. En la mili la ostentaban entre la tropa los que pertenecían al reemplazo próximo a licenciarse, que eran conocidos como los abuelos. En sus ajadas gorras de faena lucían los galones que acreditaban su condición. Consistían en rayas que representaban los meses de servicio y que iban tachando, según concluían. Cuando llegaban al último lo desgranaban en días, una cuenta atrás hacia la licenciatura, previa a la entrega de uniformes y la concesión de la ansiada cartilla con el ‘valor se le supone’ anotado en su interior.  Miraban a los novatos con cierta condescendencia desde el atril que les otorgaba su experiencia cuartelera. Al toque de diana siempre había alguno de ellos que pregonaba a voz en grito las que le faltaban, rematando con la coletilla …’y la loca’, que era la que suponían la última antes del licenciamiento. Fecha movible, según soplaran los famosos ‘macutazos’.  

Los últimos quintos llamados a filas superan ya los cuarenta años, pues en el 2022 desapareció el servicio militar obligatorio. Aquellos abuelos, que tenían tantas ganas de que el tiempo pasara entonces, quisieran ponerle hoy freno a su transcurso poniendo palotes en sus ruedas.

Siendo objetivamente el mismo para todos, no afecta igual a la misma persona en distintas circunstancias.

El péndulo del sol, del orto hasta el ocaso, lo divide, sin tictac de reloj ni toques de campanas. Sólo la cadencia de la luz sella en silencio el principio y el fin de cada jornada.

El hombre ha multiplicado o dividido esta unidad, comprendida entre albores y ocasos, en semanas, meses años, siglos; horas, minutos…

Sírvase usted mismo, cuéntelo como más le convenga. Los atletas o pilotos de Fórmula 1 lo hacen por milésimas de segundo. Uno más o uno menos pueden significar podio o fracaso. Los jubilados hacen particiones más flexibles. Por mañanas y tardes. Según el tiempo atmosférico, brasero o paseo, con billete de ida y vuelta. Alguna parada con los vecinos que se han ido encontrando en el trayecto. La tarde desciende apaciblemente hasta la hora del telediario.

El transcurrir de los años ha ido alejando a los abuelos de los cuarteles de estos que hoy, siendo los mismos, cambiaron las rayas por arrugas. Y estas, en lugar de disminuir, aumentan.

Dando un paseo fluye en el silencio de la dehesa entre encinas centenarias, esta reflexión.

¿Para qué llegar tan pronto de dónde no has de volver luego? Espacia el paso y disfruta.  El camino es bello, placentero a los sentidos. Pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos.  Macetas en las rejas, el musgo verdinegro en las umbrías, la lagartija al sol, el planear del águila en el cielo, las margaritas en los prados, las caprichosas formas de las piedras, el riachuelo… ¿Para qué llegar tan pronto si la vida es el trayecto y cuando en verdad llegas ya estás muerto?

 

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