ni verbena que se precie
que no ensordezca tu oído
ni quebrante tu cabeza.
Si quieres que tu garganta
no sufra muchos suplicios,
para hablar usa los gestos
en medio de tal bullicio.
Un insolente niñato
tira sobre tus zapatos
un petardo que detona
cuando bebes en el vaso,
y del susto estremecido
derramas sobre tu pecho
la mitad del contenido.
Buscas un sitio aparente
para tomar otra copa
y ver pasar a la gente.
A la quinta vez que alzas
el brazo con aspavientos
te divisa el camarero:
“Enseguida les atiendo”.
Al cabo de las dos horas
acude con la comanda
y ¡maldición de los cielos!,
se le olvidaron las tapas.
En una mesa vecina
un niño brama a sus anchas
por un globo de colores
que emprendió su retirada
por las cornisas lejanas.
Y anhelas por un momento
ser el globo que se escapa
por los caminos del cielo.