¡Qué bien lo pasamos!

Cada cual cuenta la feria según le va, pero hay veces que, por no quedar como un pardillo, burlado por bisoño, se le echa un poco de azúcar a la verdad para evitar burlas y chanzas. Las vacaciones suelen ser placenteras, mas puede suceder que no tanto como contamos. Ustedes, amables lectores, tendrán las más variadas experiencias en este sentido.
Los protagonistas de esta historia son dos matrimonios con un par de hijos cada uno de entre cuatro y nueve años que deciden compartir apartamento en una zona de costa durante quince jornadas.
Las idas y venidas a la playa se convierten en estaciones de viacrucis para ganar indulgencias.
No son más de ochocientos metros, pero, sobre todo al regreso, se hacen interminables. Como sherpas van, cargados con las sombrillas, tumbonas, bolsas, esterillas y con los niños más pequeños pues lloran y se niegan a andar.
Un solo aseo en el apartamento obliga a guardar turno. Hay quien se las arregla y es siempre el primero para ducharse y quitarse la arena. Los otros callan de momento y lo soportan en silencio.
Los niños no quieren siesta y se dedican a pelear y a dar chillidos. Más de una queja de los vecinos por los escándalos.
Al atardecer se arreglan para dar un paseo y tomar algo en las terrazas. Como son muchos no salen hasta las once de la noche. El primer día los sablean. Al ver la cuenta se miran asombrados y piden al camarero que les detalle las consumiciones.  A este ritmo acaban pronto el presupuesto. A partir de mañana, a cenar antes de salir.
Hay que ir a la plaza de abastos. Se ofrecen los maridos. Las mujeres se quedan con los niños ordenando el aposento.
Los comisionados llegan pasadas las doce con cuatro bolsas repletas cada uno y algunas cervezas en el cuerpo. Justifican su tardanza por problemas de aparcamiento. Las mujeres no se lo creen.
-Ya os han engañado-, grita una de ellas, cuando abren las bolsas. -Una lechuga lacia y los calamares no son frescos.
-Mañana vais vosotras, le replica su marido.
En la playa es raro el día que cuando están adormecidos tomando el sol, untados con cremas protectoras, no pasa alguien como si fuera un perro salido de un charco y los espabila sobresaltándolos. En otras ocasiones son unos mozalbetes que juegan al balón y los llenan de arena.  
Otro día caen en la cuenta de que falta uno de los niños pequeños y empiezan a ponerse nerviosos. Buscan el puesto de la Cruz Roja.  Reproches mutuos por la falta de cuidado. Por fin aparece. Estaba cinco metros delante de ellos haciendo agujeros en la arena y llenándolos de agua con la cubita, pero con los nervios no se dan cuenta.
Quince días. Una ansiada cuenta atrás para el regreso. Bien dice el refrán que en la casa de cada uno hasta el culo descansa.   El año que viene esto no se repite así se junten el cielo con la tierra, pero éste, después del dineral que se han gastado, a ver quién les dice a los vecinos que no han disfrutado como los indios.
¿Les parece un poco exagerado? Quizás lo sea.  Pero aún faltan los mosquitos, que construían mapas de relieve en sus cuerpos cada noche.

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