Vivimos gracias al azar y a combinaciones aleatorias. Si vemos nuestro árbol genealógico, cualquier cambio en los protagonistas que nos precedieron hubiese alterado a todos los descendientes. Si un tatarabuelo, por ejemplo, en vez de ser Antonio, hubiese sido Pedro, ni nuestros bisabuelos, ni nuestros padres ni nosotros hubiésemos existido. Hubiesen sido otras personas las nacidas. De entre todas las posibilidades de unión, se han ido produciendo unas determinadas y no otras, que también fueron posibles. Por muy lejanos que sean nuestros ancestros todos son parte indispensable para que nosotros estemos aquí. Algunas de esas uniones dependieron probablemente de circunstancias totalmente casuales y fortuitas. Un no te quiero de un tatarabuelo o tatarabuela a su consorte, nos hubiese eliminado de la lista de la vida. Por eso somos el resultado de muchas circunstancias. Por la misma razón, otros podrían haber estado y no están. Una pura casualidad.