En las universidades, cima de saberes en el escalafón de los conocimientos, encuentras profesionales de reconocido prestigio que imparten docencia con eficacia y provecho.
No obsta la altura de su sabiduría para el trato afable y humano con sus alumnos. Los más preparados académica y científicamente no temen que la cercanía y la ayuda que prestan a sus discípulos cause merma en su prestigio porque están seguros de la solidez de su preparación. Son la mayoría.
Pero hay algunos endiosados que tratan a los alumnos desde castillos que su altivez ha construido para difuminar u ocultar con la distancia la insuficiencia de su formación o las paranoias de su personalidad.
Son los que pretenden dar lustre a sus materias y preeminencia a sus figuras suspendiendo a la mayoría de sus pupilos.
Puede que no se deba a una insuficiente formación académica y sí a una disfunción de la personalidad, que busca suplir con la notoriedad que le da su proceder otras carencias de sus vidas. Olvidan que una regla básica de la enseñanza es conseguir el máximo de aprobados con la preparación y el bagaje requeridos, sin regalar nada, y que los primeros fracasados con tantos suspensos son ellos.