Publicado ayer en el periódico HOY. Columna Raíces.
Ese hecho tan habitual hoy de darle el grifo y que fluya el agua era aún una aspiración insatisfecha en muchos de nuestros pueblos. El agua que había en las casas era la tranquila y oscura que reposaba en los pozos proveniente de veneros o de lluvia de canales y se usaba para riego, limpieza y dar de beber a los animales. “Platero acababa de beberse dos cubos de agua con estrellas en el pozo del corral…” Sólo las rastras buscando algo molestaban sus misteriosas profundidades donde según nos decían a los niños vivía “la mora”. Garrucha, soga, cuba y la fuerza de los brazos la elevaban al brocal.
La potable para las personas había que traerla de las fuentes y el mejor medio de transporte eran las congéneres del inmortal borrico de Juan Ramón. Equipadas con aguaderas o serones hicieron veredas y caminos que todavía perduran en los ejidos del pueblo.
Hasta los más jóvenes sabíamos aparejar y cinchar a estos nobles animales que tantos servicios han prestado en tiempos pasados.
Con ellos aprendimos a montar y correr “a tos cuatro pies” cuando nos mandaban a por agua. El refrán de “tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe” no necesitaba tantos viajes para nosotros pues más de una vez regresábamos a casa sin agua y con los tiestos rotos debido a que nuestra insensatez y osadía adelantaban los acontecimientos cuando competíamos con otros amigos en carreras.
(Fotografía de Montehermoso)
Había mujeres con una habilidad asombrosa, forjada a base de esfuerzo y tesón. Cargaban un cántaro en el cuadril, otro en la mano contraria y una cantarilla en la cabeza, equilibrada sobre una rosquilla acolchada.
Las fuentes eran lugares de conversación sobre las novedades del pueblo mientras se aguardaba turno para llenar y también, junto a los pozos, inspiración de poetas y de la imaginación popular: “Ya no va mi niña por agua a la fuente…” El ruido del gluglú cambiaba de tono avisando de la cercanía del rebosado. Se enjuagaba la tapadera de corcho y se tapaba la boca del recipiente. Qué pena me daba que por las noches el agua saliera del pilar anejo donde abrevaban las caballerías y se perdiera sin provecho por los regajos ribeteados de juncos.
Las cantareras de mampostería o de madera eran los lugares de las casas o los cortijos destinados a colocar los cántaros, que curiosamente muchos también usaban como monedero donde dejar la calderilla que sobraba de los mandados. El uso y el tiempo labraron sobre las losetas rojas las huellas circulares de las bases de los cántaros. La parte anterior de madera, donde se apoyaban para embrocarlos y verter el agua en las vasijas, cogía por el desgaste la forma arqueada de sus cuerpos.
También se disponía en las casas de una tinaja donde se almacenaba agua de reserva y que se cubría con una tapadera de madera, sobre la cual solía haber un cazo para sacarla.
Fuentes, pozos norias y pilares atesoran palabras, sentimientos y trabajos de la historia de los pueblos.