Los pobres de solemnidad obtenían de las autoridades civiles o religiosas el reconocimiento legal de su pobreza, lo que les hacía acreedores de beneficios procesales por tal condición.
Hay quienes piensan que los que piden hoy para comer tendrían que acreditarlo, sino con el antedicho certificado sí con signos evidentes que avalen su indigencia.
La señora Teófila Martínez seguramente no habrá tenido que pedir nunca para comer. Yo afortunadamente, tampoco, pero sé leer en los ojos de los que tienen necesidad de hacerlo la humillación que eso supone y que si tuvieran alguna posibilidad de evitarlo, lo harían.