Plantas silvestres

berro_agua-750x335

El hombre ha aprovechado siempre  las  plantas silvestres para alimentarse. En tiempos de penuria, no tan lejanos, muchas personas lo hacían por necesidad. Actualmente su busca se practica más como hobby  o como actividad saludable en la naturaleza.

Se crían  berros en las corrientes frescas de  los manantiales  y en las cercanías de las fuentes y se preparan con ellos  ensaladas con aceite, vinagre y sal.  Ahora se desconfía  de su salubridad, sobre todo si vemos cerca  envases  de plástico de los que contienen herbicidas, pesticidas y demás productos  con sufijo tan mortífero. Aprendimos de los mayores  a buscar tagarninas o cardillos  en sembrados, prados y barbechos y a pelarlas para comernos   la penca  tierna en tortillas y ensaladas.  En las riberas de los ríos, como el  Viar, y en algunos lugares muy concretos se cría  en los años lluviosos un manjar llamado criadilla, ese hongo exquisito, carnoso y oloroso que sale debajo tierra. Hay que conocer  muy bien las manchas o rodillos y tener buena vista para localizarlas. Los pastores con su lento deambular y fina observación son  buenos  conocedores de esos lugares.

Se recogían antes también romazas y collejas, que complementaban  los potajes como las espinacas o las acelgas o se hacían tortillas con ellas.

esparr6

El espárrago,  apellidado triguero por su lugar de nacimiento,  casi ha dejado  de salir entre los trigos por el cambio en las técnicas de laboreo,  el uso de grandes arados y el empleo de esos mata hierbas.

Una  planta abundante, con sabor anisado e intenso aroma es el  hinojo.  Una mujer los traía en una cesta de mimbre  recién lavados en la fuente y los vendía por manojos en una esquina de la Plazuela. Poca venta hacía la pobre mujer porque el hinojo abunda en lindes, cunetas y tierras de “posío”. Por cierto, a ver  cuando el diccionario de la RAE acoge este término en sus páginas.

IMG_1357

De las setas de cardo  se desconfiaba por lo que se contaba de envenenamientos. Pocos  eran entonces los entendidos que las cogían. La labor  poco profunda con los arados no rompía el micelio y abundaban tanto en sembrados como en barbechos y tierras sin labrar.   Las que salen de  los troncos de los chopos  y en las mimbreras  infundían menos temor.  

Los hongos de láminas rosadas  y blancura exterior se comían y se comen  sin miedo. Asados con un poco de sal  o en guisos  están exquisitos.

Cuando salíamos al campo y nos acuciaba la sed no había problema si se había olvidado la cantimplora.  De bruces sobre una gavia bebíamos el agua clara que corría entre las piedras y la hierba. Ya lo refleja el proverbio: “Agua corriente no mata a la gente”.  No mataba entonces, cuando aún no había  llegado la química de los -cida. Todavía se escardaban los sembrados para eliminar las malas hierbas y se araban los olivares.

Hoy no se puede beber el agua  que  corre por  las gavias ni coger  plantas silvestres donde han echado los líquidos. Sólo las dehesas con ganado se salvan de su acción.  

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.