Contaban los viejos de mi pueblo que un vecino se encontró una mañana con la sorpresa de que le habían robado las gallinas de su corral durante la noche. No tuvo que hacer muchas averiguaciones para saber la hora en que se había producido el hecho porque del cuello del gallo colgaba un letrero que decía: “Desde las dos estoy solo”.
Referían también el caso de un zapatero que tenía su pequeño taller en una habitación de su casa, cuya ventana daba a la calle. Entre puntada y puntada, seguía las idas y venidas de la gente. Observó que el pescadero ataba su burro en la argolla de la pared de la casa de la vecina de enfrente y tardaba en salir más de lo que de la transacción comercial podía suponerse.
El espabilado artesano de la lezna y el cuero, pensó que la ocasión la pintaban calva. Cuando calculaba que el vendedor ambulante andaría en plena faena amorosa, él aprovechaba para birlarle algunas sardinas del serón, que envolvía en el mandil donde cerote y cabos hacían mixtura.
Dos casos que tendrían cabida en la novela picaresca, que tuvo cuna y brillante desarrollo en España durante los siglos XVI y XVII, época dorada de la literatura hispana. Algunos ejemplos señeros, ‘La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades’, de autor desconocido, ‘La vida del Buscón llamado don Pablos’ de Francisco de Quevedo y la “Vida del pícaro Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán.
Sus autores nos muestran a través de las andanzas de sus protagonistas la realidad social de la época con sus estamentos de nobles, clérigos y villanos.
Doña María Moliner define en su Diccionario de uso del español la palabra pícaro como “tipo de persona no exenta de simpatía, que vive irregularmente, vagabundeando, engañando, estafando o robando y evitando con astucia caer en manos de la justicia».
El pícaro de nuestro tiempo ya no pertenece al lumpen social, al contrario de aquellos de las novelas de nuestro Siglo de Oro, que aguzaban el ingenio por la necesidad. Los de ahora pertenecen a clases sociales elevadas. No roban sardinas ni gallinas. Disimulan sus verdaderas intenciones con ardides sofisticados en pantallas de televisión y atriles de oratoria. Nos lían con la letra pequeña de farragosos contratos. Gente de educadas formas que meten mano en cartera con sonrisas y reverencias a la japonesa. No fingen, hurgándose con palillos entre los dientes, que han comido con hartura sin haber probado bocado, sino que comen en restaurantes finos. Ni esconden lo sustraído en mandiles, sino en una maraña de leyes y reglamentos, cuando no se los saltan olímpicamente a la torera.
A los que nos hurtan el vino de nuestros consuelos por el orificio hecho en la base del jarro de nuestra ingenuidad, solo nos queda el pataleo, sin poder rompérselo en la cara, como hizo el ciego con el Lazarillo.
Efectivamente maestro,por desgracia eso está a la orden del día,desde los señores a los lacallos,el que no roba y……como el de las sardinas,es que no tiene donde.
Saludos,J, Francisco,🤗