No hay vacío más lleno de ausencias que el que queda en las pertenencias de los que mueren. Un halo de vida sin cuerpo permanece en el sitio que ocuparon en la mesa, en su ropa, en su reloj….
Rafael Morales lo describe magistralmente en su ‘Soneto para mi última chaqueta’: “Esta tibia chaqueta rumorosa…se quedará colgada una mañana…cobijará una ausencia, una lejana memoria de la vida presurosa…”
Los objetos son las hormas huecas que albergaron una vida. Tras su marcha nos recuerdan al difunto cada vez que los miramos. Sus animales llevan consigo la pena que vaga sin rumbo, buscando la estela del dueño.
Hay casos que conmueven, como el de perro argentino ‘Capitán’, que acompañó durante más de diez años a su amo en la tumba donde estaba enterrado. De día deambulaba por los alrededores del cementerio y al anochecer se echaba sobre la cripta para dormir. Así estuvo hasta que una mañana apareció sin vida en una de las dependencias del mismo.
No es el único caso. ‘Toto’, un perro labrador, permaneció varias jornadas en las puertas del hospital donde había sido ingresado su propietario. Esperaba que saliera por el mismo sitio por el que entró, pero nunca más lo hizo porque falleció dentro.
El perro japonés ‘Hachiko’ acompañaba todos los días a su dueño hasta la estación de ferrocarril donde este tomaba el tren hacia la universidad en la que impartía clases. Al anochecer volvía al andén. Pero un día el profesor no regresó porque una hemorragia cerebral le había ocasionado la muerte mientras trabajaba. ‘Hachiko’ tampoco volvió a casa. Se quedó durante nueve años merodeando por la estación y a la caída de la tarde se acercaba al tren donde esperaba encontrarlo. La gente que conocía la historia le llevó comida y agua durante todo el tiempo que duró la angustiosa espera. Lo llamaron ‘perro fiel’. Le erigieron una estatua de bronce en el mismo lugar donde pasó tantos días, como homenaje y reconocimiento. Él mismo asistió a la inauguración.
Estas historias conmovieron a millones de personas de todo el mundo.
Se les coge cariño a los animales. Casi todos conocemos a personas que han sufrido gran dolor por las pérdidas de alguno de ellos, si no nos ha sucedido a nosotros mismos.
Los perros prestan grandes servicios al hombre. En el trabajo, como a pastores y policías, a las personas invidentes como guías, como compañía a los solitarios…
Una nueva actividad está surgiendo en los últimos años. La de ayudar a indigentes en la humillante necesidad de tener que pedir para comer. En las cercanías de los centros comerciales y los templos se les ve atados, mansos, resignados, narcotizados, tal vez, pero confiados a quienes los cuidan. Nos hemos acostumbrado e insensibilizado ante estas situaciones vergonzantes. Quizás nos muevan más a la compasión ahora los perritos que las personas que los tienen a su lado.