No era la necesidad azote exclusivo de un oficio. Las rabizas de los cinturones cada vez eran más largas y los agujeros donde meter las hebillas más numerosos.
Los maestros, pese al dicho, ni eran los más castigados ni los únicos que tuvieron que hacer equilibrios presupuestarios para llegar a fin de mes.
Abonados los gastos de hospedaje, poco dispendio quedaba para el asueto. Largos paseos y mucha charla ocupaban su tiempo libre.
En el año 1950 el sueldo anual de un maestro era de 7.500 pesetas y muchos tenían que buscar complementarlo con otras ocupaciones como, llevar la contabilidad de algún negocio, corregir trabajos para una imprenta o la venta a comisión en horas libres.
El gobierno era consciente de la precariedad, pero no ponía remedios. Como la bolsa estatal estaba exangüe y la educación no era preferente, idearon lo de las permanencias. Consistían en alargar en un máximo de dos horas la estancia en la escuela para aquellos alumnos y maestros que voluntariamente quisieran acogerse a ellas.
Se regularon mediante la Orden de 24 de julio de 1954. Los alumnos pagaban una cantidad mensual. Un 30% de ellos quedaban exentos por aplicación de la ley de Protección Escolar. Al final de cada mes les daban a los alumnos un papelito con la cantidad que debían pagar. Ese tiempo extra se dedicaba a machacar sobre lo mismo.
Había otras instituciones complementarias en el ámbito escolar que vienen de muy antiguo, concretamente de 1911. Eran las mutualidades, los cotos, las colonias, las cantinas y los roperos.
Con las colonias los alumnos que residían en zonas deprimidas pasaban unos días fuera de su localidad realizando actividades recreativas al aire libre y alimentándose convenientemente. En las cantinas comían los niños con menos recursos. Los roperos tenían dos funciones. Facilitaban ropa y calzado a los alumnos que los necesitaban y también ofrecían talleres a las alumnas para que hicieran las prácticas de las asignaturas específicamente femeninas. Las llamadas Labores. En esta tarea también colaboraban las madres y las maestras.
Por medio de las mutualidades se fomentaba el ahorro con aportaciones periódicas. De ese fondo podían disponer en caso de necesidad o para formar parte de sus pensiones cuando fueran mayores. De su gestión se encargaban los maestros, las familias y una junta infantil de los alumnos. Las anotaciones se hacían en una libreta, un extracto de los cuales se entregaba a los mutualistas al final de cada año. Parejo a las mutualidades se crearon los cotos escolares. Los mutualistas desarrollaban labores hortofrutícolas y agrarias.
Los beneficios económicos se distribuían entre las cuentas individuales de los alumnos, el socorro de enfermedad, la cantina y el ropero escolar. El 10% era el beneficio del maestro encargado de dirigirlo. Pertenecer a la mutualidad era obligatorio. El coto, opcional. Algunas de estas instituciones continuaron durante los primeros años de la dictadura.
Otros tiempos, otras necesidades, otra escuela. Y quién sabe.