Pedir la puerta.

Las relaciones entre jóvenes de distinto sexo han perdido las formalidades que hace años se observaban para oficializar el noviazgo. Entran en casa y se presentan como amigos y en muchas ocasiones se van a vivir juntos sin más preámbulos.

Hace años no era así. Un acto fundamental en la relación era la pedida de la puerta.  La hija le comunicaba a los padres que “hablaba”  con determinada persona y que en adelante lo iban a hacer en la puerta.

Esta petición era para poder hablar por fuera de  la puerta de la  casa,  un primer estadio  de reconocimiento. Pasando el tiempo se conquistaba el interior, pero sólo por detrás de la puerta. La suegra aprovechando una noche fría o de lluvia les dice que se refugien para evitar una pulmonía. Era el segundo paso, consentida la relación, pero no oficial aún.

Posteriormente había que  superar un  tercer  escalón  y el novio hablaba con los padres para alcanzar plena oficialidad para ser novios con todos los atributos y prerrogativas.

Se convenía, por mediación de la hija, que servía de enlace entre novio y suegros, el día y la hora y el mozo con la cortedad propia de estos casos, se pasaba el día pensando  cómo afrontar la situación y  qué palabras diría a los suegros, que a la vez habían adecentado la casa para causar la mejor impresión. Algunos  postulantes para superar la timidez se tomaban unas copas  antes de ir a la pedida, que solía ser siempre al anochecido, pues era cuando se regresaba de las labores del campo.  Entre el sofoco propio del caso y el efecto del alcohol, la cara tomaba un color cercano al rojo amapola y la ropa, adecuada para tan trascendental ocasión, se convertía en una prisión.

Por testimonios orales sé que  las palabras más frecuentes  comenzaban de forma parecida a estas: “Ya sabrá usted a lo que vengo”. Generalmente el suegro facilitaba las cosas dando confianza al comprometido pretendiente, pero si  era un poco bromista, la situación podía alcanzar  elevadas cotas de azoramiento para el joven aspirante a entrar en la familia.

Concedido el permiso, se le reservaba a la pareja  para lo sucesivo una habitación en la que pudiesen estar y charlar, cercana a la estancia donde estaba el resto de la familia. Cuando se prolongaban mucho los silencios la suegra tosía como una señal que daba a entender  su presencia cercana, así que cuidadito.

Este protocolo creaba el status de novios formales. Se decía, Fulanito ya entra en casa. Y eso era ya cosa más seria. Un verdadero compromiso.

La ruptura de este compromiso suponía a veces la enemistad de por vida de ambas parentelas.

Una última formalidad consistía en la concertación por  ambas familias de la fecha de la boda  con intercambio de regalos. Lo que se llama pedida de mano.

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