Pelando la pava”. Pintura de Mariano Bertucci (1884-1955)
Las relaciones entre jóvenes de distinto sexo han perdido las formalidades que hace bastante tiempo se observaban para ennoviarse. Ahora son amigos, parejas y un día cualquiera, sin más prolegómenos, comunican a sus padres que se van a vivir juntos.
Antes eran pretendientes y novios. Llegada la hora y cumplidos todos los requisitos, casados ante el altar de por vida, salvo escasos ahí te quedas que yo me voy con mi madre o a por tabaco. Paso a paso, que las prisas estaban mal vistas. Para acceder al estatus del noviazgo había un proceso. Acto importante era la petición de puerta. La hija comunicaba a sus padres, que ya conocían la relación extraoficialmente porque en los pueblos estos temas no pueden ocultarse, que el mozo que la pretendía quería solicitar su avenencia para platicar en la puerta de casa. Desde que se tuvo conocimiento del cortejo el tono de los adioses y saludos entre las parentelas había cambiado. Un dejo más alargado y un sutil punto efusivo. Si era del agrado familiar se facilitaban los trámites. El forastero pasaba por un filtro de investigación preliminar con envío de emisarios de incógnito al pueblo que fuere para recabar información sobre origen, familia y hábitos del aspirante si no se tenían referencias, Cierta endogamia y similitud de haciendas eran frecuentes en los emparejamientos.
La petición de la puerta era parte fundamental del reconocimiento oficial.
Esta noche a las nueve te estarán esperando mis padres. Y allá irá el mozo ataviado convenientemente para causar buena impresión. Nervioso, porque el brete no era baladí. Para aliviar la cortedad unas copas quizás ayudasen. También algo de nerviosismo habría en los anfitriones. La casa relimpia y ordenada para tan significativo acontecimiento. La comparecencia, al anochecido, hora de visitas y cumplidos, tras regresar de las labores del campo y haber dado tiempo al aseo. Sentado en el filo de la silla, por timidez o ganas de salir del trance cuanto antes, el azorado mozo, que sentía su ropa como cárcel, comenzaba, tras dar las buenas noches, su breve y previsible exposición.
Ya sabrán ustedes a lo que vengo.
El suegro facilitaba la salida airosa del trance, pues bien conocía él por experiencia propia los apuros que se pasan en estos casos.
Concedida la aquiescencia, previas recomendaciones de formalidad y alertas sobreentendidas de los límites efusivos, empezaban las citas detrás de la puerta.
El siguiente paso era reservarles una habitación con mesa y sillas, cercana a la estancia donde estaba el resto de la familia. De vez en cuando algunas toses para recordar presencia, que los silencios prolongados, como en los niños, suelen ser señal de travesuras.
Fulanito ya entra en casa, decían los vecinos para significar lo avanzado de la relación. Llegaban los días de fiesta y se intercambiaban invitaciones para comer en las casas respectivas, igual que sucedía en las matanzas. Con el noviazgo se contraía un compromiso que si se rompía por cualquiera de las partes podía suponer el desapego de las dos ramas familiares para los restos.