Pastores

pastor
Fotografía de César Javier Palacios
Son los protagonistas   de églogas,  composiciones líricas donde los pastores cuentan sus amores y cuitas, siendo el poeta romano Virgilio en siglo I a. de C,  ejemplo señero con sus Bucólicas. Antes el griego Teócrito, siglo III a. de C,
compuso pequeños poemas con temática pastoril, sin olvidar a los poetas españoles del Renacimiento y el Siglo de Oro, como Garcilaso, Boscán o Lope de Vega.
Los evangelios los describen velando por turnos sus rebaños bajo las estrellas.  Gente querida y fiable de la corte celestial debían de ser para que les confiaran en primicia  la noticia del nacimiento de Jesús y éste fuera paradigma del buen pastor.
En Extremadura, tierra de pastos y dehesas, hay  grandes rebaños de ovejas. A los más pequeños los denominamos  “pichangas”, de ganaderos con  menos patrimonio. Los principales hacendados, terratenientes con extensas fincas,  empleaban a un número considerable de pastores. Ahora muchísimos menos porque las alambradas también guardan. Terminadas las rastrojeras todavía carean los rebaños por cañadas y cordeles hacia otras fincas suyas situadas en zonas más templadas y de mejores  hierbas, como las riberas del río Viar, acompañados de perros a los que sólo les falta  hablar.
Los chozos eran sus viviendas.  Unos construidos con varas y cubierta vegetal. Otros  de mampostería o piedra, llamados por aquí bujardas o “turrucas”.
Su interior disponía de una tabla circular alrededor del perímetro, que servía de cama y de sostén a la estructura. En el chozo guardaban sus pertenencias. En el centro un poco de lumbre para calentar la comida y dar calor al habitáculo y colgados el candil y aliños para los guisos.  Fuera un trípode con unas llares  donde al fuego  elaboraban la comida. Nadie como los pastores para descifrar los indicios de los cambios de tiempo. Hasta por la forma de subir el humo de la candela pronostican bonanzas o temporales. Conocen palmo a palmo  la tierra que recorren con parsimonia cada  día. Saben dónde está el mejor cobijo ante el chubasco inesperado o la ventisca  y si hay setas, espárragos o criadillas las manchas donde nacen. 
transhumancia
El saber popular ha recogido en refranes los ajetreos de este quehacer tan dependiente de la meteorología. Por  ellos aprendí a reconocer  los graznidos  de los gansos cuando viajan de noche en sus migraciones. “Gansos para arriba, pastores de barriga, gansos para abajo, pastores al trabajo”. La temporada de las  “parieras”, cuando bajan los gansos, requiere dedicación, pericia y oficio.
Hasta que llegaron las motos pequeñas el medio de transporte para ir y venir de las majadas eran las bestias, generalmente burros. Acordaban entre los pastores con la avenencia de los mayorales  las estancias y  los descansos. Solían ser ciclos de tres días. Algunos  trayectos desde sus casas a los chozos o cortijos duraban casi una jornada. Unos   en casa, otros en el tajo y otros de camino. Regresaban provistos de viandas y con el débito conyugal cumplido, quien hubiere hembra.  Las motos y las justas reivindicaciones por  su interminable  jornada laboral terminaron con esta modalidad.
Es la profesión campestre más bucólica y cantada, pero tan idealizada que se olvidan los aspectos más penosos y específicos de su labor. “Con los soles todos son pastores”, pero los inviernos son duros y la soledad reconcome el ánimo.

Una respuesta a «Pastores»

  1. “Con los soles todos son pastores”… esto y todo lo expuesto, me recuerda más de una tormenta en cuclillas, cabeza gacha y la piara de cabras apretujadas alrededor; con su calor y la del perro se resistía y cuando amainaba vuelta a seguir con dos plastas de barro pegadas a las alpargatas… ¿Si ya había pasado porqué irnos?

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