Pastilleros

 

El río en su desembocadura ha formado un extenso delta que retrasa su encuentro con el mar.

 En el antiguo rito del bautismo el oficiante ponía unos granos de sal en la lengua del bautizando, recordatorio, quizás, como lo es la ceniza, del final que nos espera.

Río arriba disfrutamos de las torrenteras y manantiales, corriendo confiados y temerarios entre las rocas. También gozamos plácidamente en los remansos del sol templado al mediodía, donde en las tranquilas aguas se reflejaba el intenso azul del cielo.

Durante las cálidas noches de verano impresionaron a nuestros ojos infantiles las estrellas fugaces rayando la cúpula oscura con diamantes luminosos, mientras el agua silenciosa seguía su curso sin que fuéramos conscientes de ello. Cualquier experiencia nueva aumentaba el caudal y nos enriquecía. A partir de entonces formarían parte de nosotros. Soñábamos despiertos con las miradas que nos seducían y con las palabras afectuosas que nos halagaban.  El agua de la superficie se rizaba con la brisa del atardecer al más leve contacto físico. Algunas canciones quedaron asociadas a sensaciones placenteras. Serenatas a la luz de la luna, amistad y vino en noches de francachela… A ninguno nos preocupaba entonces la desembocadura. Nuestra vana aspiración posterior, cuando ya era imposible el retorno, fue querer hacer eternos aquellos instantes en que fuimos tan felices. Nos dimos cuenta que el tiempo se nos escapaba entre las manos. El reloj seguía impasible su camino por la noria de la esfera.

Es el bagaje sentimental acumulado, que aflora cuando abrimos la tapa de la memoria de nuestra infancia y juventud, como en aquellas cajitas que emitían música y una estatuilla giraba a su compás. ¡Corría el tiempo entonces tan despacio y eran las impresiones tan intensas!

En un juego de malabares digno del mejor ilusionista, el tiempo nos ha cambiado aquellas cajas musicales por los pastilleros con pastillas para los achaques que van tomando posiciones e imponiendo servidumbres. Camufladas con diversas formas y colores y con asignación horaria cada grupo, nos ayudan a seguir el curso, aunque ocasionen daños colaterales. Del mal, el menor.

En las farmacias han racionalizado su dispensación en un intento de frenar el despilfarro y la creación de botiquines en los aparadores de nuestras casas. La presentación de la tarjeta sanitaria activa el protocolo. Esta todavía no te toca, ten las otras tres. ¡Oh ríos de la infancia mía, quien os vio y quien os ve!

Una noche de farra, un varón con el futuro en la mochila, una mano   apoyada en el cuadril y la otra sosteniendo el apéndice urinario, se lamentaba dirigiéndole una mirada de impotencia: ¡Con el castigo que me has dado y ahora me estás pudriendo los zapatos…!

Rafael Rufino Félix Morillón lo expresa más bellamente: “Tu cuerpo va adentrándose /en el doliente mar/por el río que se extingue”. Una inevitable despedida con la insuperable imagen del río y el mar.

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