Para subir las cuestas

 

 

 

 

 

 

Último viernes del mes de agosto del año que quedará en la memoria de todos con el infausto mérito de haber sido el del coronavirus con su secuela de muertes, miedo, decadencia económica, derrumbe de proyectos para muchos jóvenes y constatación de la ineptitud en la gestión de la crisis de la mayoría de los políticos.

Para subir las cuestas quiero yo el borrico, que para llanear me valgo solo. Las dificultades y problemas han dejado en paños menores a quienes utilizan la política para medrar y satisfacer sus egos. ¡Qué vistosas las campañas electorales! Las entradas triunfales a pabellones abarrotados de simpatizantes ondeando banderas con vítores a los candidatos que levitan, henchidos por la vanagloria del triunfo. Los escoltas, las recepciones en palacio, los desfiles, las panoplias… Y los banquetes. Porque si un complemento imprescindible conlleva el menester de la política es el de comer y beber. No hay una reunión que se precie que no se remate con un surtido mantel de viandas y libaciones. ¡Qué lejos ha llegado el niño de la Carlota! Ayer no más con una mano delante y otra atrás y hoy codeándose con la flor y nata de la intelectualidad. Bueno, es un decir.

¿Qué interés se os sigue, candidato mío, que a mi puerta cubierta de olvido desde las últimas elecciones acudís implorantes a pedir con beatífica cara de no haber roto nunca un plato el voto para vuestras aspiraciones? ¡Qué ingratas vuestras manos que solo palmotean en mis espaldas cada cuatro años! Vuestras promesas de tocar la luna y parte de algún otro planeta si dejamos caer en la urna la papeleta con vuestros nombres me conmueven, aun sabiendo que tenéis más cuentos que Calleja. Somos tan crédulos que confiamos una y otra vez en los cantos de sirena que nos lanzáis desde las tribunas con verbo insinuante. Echo de menos la cera que utilizó Ulises para taparse los oídos, pero es difícil librarse del bombardeo de mensajes falsos que por tierra mar y aire nos lanzáis.

Ahora que os necesitamos para intentar salir del atolladero de la pandemia os enzarzáis en discusiones de si son galgos o podencos. Que si eso no nos corresponde, aquello es cosa de los otros, que aquí mandan mis bemoles, que no hacemos más porque no nos dejan y si os dejan devolvéis la pelota porque os tiemblan las piernas cuando veis la portería cerca…

En fin, ¡Vaya tropa!

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