La primavera ha llegado este año pletórica. Las lluvias y el sol nos la han traído con sus mejores galas.
Tan pujante está que hasta por las juntas de las baldosas, grietas de las paredes y resquicios de las rocas asoman las plantas sus cabezas para colaborar al festín de aromas y colores. Con ella llega la Semana Santa. De las que viví de niño, cuando Estado e Iglesia carecían de lindes en los predios del poder, recuerdo los bares con las luces apagadas al paso de los cortejos procesionales, los toques de la matraca sustituyendo a las campanas, las parejas de novios paseando por las calles aledañas al templo, los santos tapados con túnicas moradas, las comuniones masivas del Jueves Santo y los potajes que hacía mi madre. El entierro, el viernes por la tarde y las filas en silencio con la Virgen de la Soledad de noche. Las velas alumbraban las caras de las mocitas, a las que seguíamos con la mirada que, a veces, para nuestro gozo, se cruzaban con las suyas. Los pesados sermones de las siete palabras. Los monaguillos bostezando en los bancos del altar y las personas adultas con caras de tener la mente en otro sitio. Y siempre la luna llena en el cielo. Los alabarderos con la espada y la alabarda el día de los encuentros entre la madre y el resucitado. El agua bendita, en la puerta de la iglesia para ahuyentar al demonio de todos los rincones de nuestras casas. Las jiras y el cortejo amoroso adolescente entre los trigales verdes…
¿De dónde esa relación de la luna llena con la Semana Santa?
En el Concilio de Nicea, en el año 325, se estableció que el Domingo de Pascua sería el inmediatamente siguiente a la primera luna llena de la primavera. Dos siglos después, el monje Dionisio, llamado el Exiguo por su estatura, fijó reglas más concretas. El 21 de marzo sería la fecha eclesiástica del equinoccio. Hay años que no coincide con el astronómico, como el actual. Pero en este no hay disonancias porque la luna llena ha sido el lunes día 25. Pueden producirse, no obstante, como sucedió en el año 2019. El equinoccio astronómico de primavera se produjo el miércoles día 20 y la luna llena fue el 21 de marzo. Sería, astronómicamente, la primera de la primavera y el Domingo de Pascua debería haber sido el 24 de marzo, pero como el equinoccio eclesiástico está fijado el 21 hubo que esperar al ciclo lunar siguiente. Por tal motivo el Domingo de Resurrección fue el 21 de abril, después de la luna llena del 19.
Otra particularidad es que, si el primer plenilunio después del equinoccio cae en domingo, se traslada al siguiente el de pascua para no coincidir con la judía.
Otro año más siguen los ritos. La misma luna, los mismos pasos. Los que cambiamos somos nosotros.