Hongos

 

 

 

 

 

 

Aunque el refrán diga lo contrario, el tiempo sí se lo come el lobo porque  otros años por estas fechas estábamos cogiendo hongos en Fontanilla, en las Cumbres, en el Palacio y en los posíos de san Pedro.

Y aunque llueva a finales de octubre  o principios de noviembre no será lo mismo. Vendrán las heladas y ya no saldrán con sus cabecitas blancas y sus tiernas laminillas rosas entre  la hierba. Estas tibias mañanas,  las  tardes luminosas no son las mismas  que  si los campos estuvieran verdes  por la lluvia. El verano se ha agarrado con fuerza a los faldones del otoño y no quiere dejarlo que vuele libre, húmedo y fecundo sobre las tierras resecas.

Cuando vamos a cogerlos, mayores y niños, pateamos los lugares en que tradicionalmente se han criado y que es donde pastan las ovejas durante el año. Regresamos con las cestas de mimbre llenas de este exquisito producto. En casa, después de quitarle la piel, los ponemos  a asar  con un poco de sal y cuando empiezan a desprender agua los apartamos. Listos para comer después de soplar un poco sobre ellos para que no nos quemen la lengua.

Esperemos que cuando las primeras cortinas de agua hidraten la piel reseca de la tierra siga el ambiente templado, con apacibles auras, que dejen salir de la tierra estas exquisiteces.  Que aguarden las heladas.

Candidatos y representantes políticos

 

 

 

 

 

 

 

Los candidatos para las próximas elecciones nos están regalando los oídos, como las sirenas a Ulises y a su tripulación. No nos los tienen que tapar con cera ni atarnos al mástil del barco. Conocemos esos cantos.

Los líderes y sus séquitos llegan a los mítines con la parafernalia de himnos, banderas y abrazos por doquier. Las imágenes, sobre todo las de la tele, valen más que mil palabras, así que atentos  con el rabillo del ojo a la lucecita roja de las cámaras que entonces sí que hay que echar el resto.

He escuchado en esta precampaña la propuesta de reducir el número de diputados y senadores. Creo que es una medida acertada, aunque malogre las expectativas de muchos afiliados.

En lo que se refiere al Senado que propongan  la reforma de  la Constitución, como se ha hecho con el tope de gasto público, y eliminarlo  sin más.

Los diputados podían reducirse sin que la Institución sufriera menoscabo. He observado cuando votan en pleno  dos detalles que desdicen de la alta misión  que ostentan y  que apoyan esta opinión. Uno es el de los deditos, no los cinco de la manita futbolística, sino los que levanta el encargado del grupo parlamentario para que todos voten lo que han decidido los jefes: uno para el sí, dos para el no y tres para la  abstención. Para eso no hace falta tanta gente.

El otro detalle es el de las suplantaciones para votar por compañeros ausentes. Ausencias, en algunas ocasiones  vergonzosas, donde se ve el hemiciclo casi vacío y un señor en la tribuna hablándole a los sillones.

 

Animales, lengua y sexo

 

 

 

 

 

 

La lengua se ha enriquecido a lo largo del tiempo con expresiones que atribuyen a las personas cualidades de los animales. Si digo de alguien que es un lince estoy resaltando su agudeza y sagacidad.

La cobardía se la han cargado a las gallinas, la fuerza vigorosa a los mulos y la adulación a las babosas.

El genérico sustantivo pájaro se aplica al hombre astuto y sagaz que suscita recelos.

Buitre lo decimos de la persona que se ceba en la desgracia de otra o también que come con ansia desmedida.

Cernícalo es hombre ignorante y rudo, algo alocado.

Ganso,  el tardo,  perezoso, descuidado y simplón.

Hormiga, lo aplicamos a la persona constante y  ahorradora.

Pavo, hombre soso e incauto. Y si el pavo sube, sofoco tenemos

Hiena, persona de malos instintos o cruel.

Hay muchas más correspondencias de virtudes y defectos con la fauna silvestre y doméstica. ¡Qué mal trato recibe el cerdo, qué desagradecidos somos con esta especie asociándolo con la suciedad, a pesar de los exquisitos productos que nos reporta!

A veces hay que acudir al contexto para entender la acepción que ha querido transmitir el hablante.

Si en el ardor de una discusión alguien le llama a otro cabrón, sabemos que no está aludiendo a las cualidades del macho de la cabra para trepar por terrenos escarpados.

Para escarnio de la igualdad de sexos, cuando a una mujer se le  increpa con el término zorra,  se le  está llamando puta. Si le decimos zorro a un hombre nos estamos refiriendo a su astucia solapada, sin connotación sexual alguna.

Se dice del hombre que  liga mucho  que es un ligón y por el contrario a la mujer que hace lo mismo  se la pone que no hay por donde cogerla. Injusticias de la lengua, pero ella sólo es un crisol de la sociedad.

Falta mucho camino por andar todavía.

Octubre

 

 

 

 

 

 

Fecundo mes octubre  en que la tierra
recoge en  su matriz a la simiente
con calidez de una vestal yacente
que entreabre sus labios y los cierra.
 
El agua se descuelga de la sierra
con la luz de la tarde decadente
y empapa los sembrados  lentamente
tras la semilla que el arado entierra.
 
En cadencia temprana de horizontes,
rojos y carmesí, la luz se aleja
de los  húmedos valles y cañadas
 
y borra las siluetas de los montes
entre  el tañer de  lastimosa queja
de un aprisco de ovejas encerradas.

La cama

La cama es el lugar donde los sueños

construyen con espumas verticales

torreones que alba desvanece,

donde el dolor se siente

como acerada puñalada hendida

en el inquieto mar de los insomnios.

El  ansia del deseo

diluye el ímpetu de sus  efluvios

en el tranquilo lago de Morfeo.

Llega del fondo oscuro y acüoso

la vida envuelta en llanto.

Refugio de la mente

que oculta su tristeza

huyendo de la luz y de la gente.

Lecho en que el brazo  fuerte del arado

voltea la besana del descanso

y la patena en que  la vida ofrece

su  forzada gabela

a los alcabaleros de la muerte.

Los misioneros

Con el pronto declinar de la luz y el avance  de las noches se apoderaba del pueblo un ambiente de tristeza, de  sombras envueltas en el dulce y familiar calor de los braseros, de agua de canales y  pana vieja, de dejarse llevar hacia una vida latente y perezosa.

En este tiempo de tonos grises, de arados, simientes y parcelas labrantías, llegaban los misioneros, golondrinas redentoras, a encauzar las almas de los desviados de la fe y a avivar la de los tibios.

D. José el párroco, cual Bautista, preparaba a los fieles para el acontecimiento, anunciándolo en las misas y adelantando el programa de actos.

Los misioneros se alojaban generalmente en la casa de D. Rafael Maesso , en la calle Real, por cuyo acerado de losas paseaban en las  mañanas al tibio sol otoñal con las manos, protegidas y entrecruzadas dentro de las bocamangas, sobre el abdomen. En esta casa solariega recibían las visitas de los notables del pueblo que con reverencial cortesía los cumplimentaban.

Al anochecido, tres repiques de campanas con intervalos de media hora,  anunciaban el comienzo de la función religiosa. A la plaza concurrían los vecinos desde las distintas calles.

Grupos de mujeres con velos negros,  agarradas del brazo y hombres curtidos de sol moreno que, más independientemente o emparejados con otro encontrado en el camino, se dirigían a la iglesia. Las mujeres de la  calle Nueva formaban el grupo más numeroso, tanto que casi tapaban la calleja de Misa a su paso.

En los prolegómenos de los actos principales de la misión se rezaba el rosario en un  ininteligible y diluyente murmullo. Oleadas decadentes de avemarías  respondían al monaguillo, seminarista o beata que dirigía el rosario. La letanía era una evanescente réplica de sordos. De tal forma que se podía sustituir Arca dela Alianza, Torre de David o Lucero de la Mañana por alguna advocación profana y los orantes responderían ora pro nobis.

La mayoría de los hombres preferían esperar a que acabara el rosario en la Puerta del Perdón o en algún bar cercano. D. José, carraspeando, paseaba por la parte central de la iglesia y comprobaba como poco a poco se iba llenando la iglesia.

El acto principal de la noche misionera era el sermón. Famosos y celebrados fueron los del padre Rodríguez, por los años sesenta, que dejó una huella  duradera en el pueblo: “Todos pecadores”, fue una frase repetida que caló y que se sacaba a colación cuando la situación era oportuna.

El orador, con sotana, roquete y estola, salía de la sacristía y se dirigía al púlpito, previa genuflexión al sagrario. Comenzaba con un tono bajo, casi inaudible, con saludos protocolarios a las autoridades civiles y religiosas  asistentes y fieles en general. Casi siempre empezaba con una cita bíblica, si era en latín, mejor. Poco a poco iba subiendo el tono de su plática.

Escatológico y vehemente, argumentaba con los dogmas del catolicismo: cielo, infierno, purgatorio, condenación, pecado, gracia, gloria eterna.

Experto en conmover auditorios, cadenciaba, modulaba,  y sobre todo utilizaba los silencios estratégicamente. Después de una afirmación rotunda, callaba durante unos segundos.

Durante estos silencios, con el personal sobrecogido, se oía caer la lluvia y alguna mujer dispersaba momentáneamente su concentración casi ascética y se ponía a pensar en la ropa que había dejado tendida en el corral. Otro varón pensaría, tal vez,  que se había dejado el paraguas en casa, a pesar de las tres veces que se lo dijo su mujer. ¡Vaya por Dios, el demonio no dejaba de mover el rabo,  distrayendo a los feligreses!

Acto relevante también de las misiones era el Rosario dela Aurora: “El demonio en la oreja te está diciendo, no reces el rosario, sigue durmiendo” .Así se atizaba la conciencia de los perezosos que no se habían atrevido a madrugar y recorrer las calles con el frío de la amanecida.

La estructura discursiva de estos actos misionales conducía a la parábola del Hijo Pródigo. Después de hacer ver  los males a los  que llevaba el pecado, no todo estaba perdido, había remedio. Culpables por haber nacido después que la dichosa Eva llevase a Adán a la perdición y de una tacada a todos nosotros, teníamos una oportunidad para enjuagar nuestros desvaríos. La confesión y comunión generales ponían el broche final a la misión. Las voces de Modesta y María servían de punta de lanza para que los demás lanzasen las suyas en una implorante plegaria: “No, no más pecar mi Dios, que yo me arrepiento de verdad…” y el reguero de fieles contritos se dirigía a comulgar, regresando después a su sitio sin saber donde poner las manos.

¡Oh, baño de paz en nuestras ingenuas mentes infantiles! En el cielo, encapotado por el pecado, se abría un boquete de donde salían rayos luminosos, con un fondo azul radiante; allí volaban nuestros anhelos de salvación eterna, más por temor a las calderas de Pedro Botero que a una idea clara de lo que era la Gloria. Entre nubes blancas, rodeados de angelitos, libres de las culpas gravosas que, sin saber por qué, siempre nos cargaban, estaba ese lugar soñado donde todo era perfecto y  no había que trabajar ni ir a la escuela. Todas las cosas a nuestro alcance con sólo desearlas.

El otoño avanzaba y los misioneros, cumplida su misión, se iban a otros pueblos. El labrador, uncido a la mancera, a su besana,  el ama de casa a sus penosas y continuas labores y los niños a la escuela. Las conciencias en paz. Todo en orden. Todo envuelto en la luz ceniza de la lluvia. “El señor es mi pastor nada me falta. En praderas de hierba fresca me hace reposar y me conduce hacia fuentes tranquilas”.

 

Consejos vendo…


 

El proyecto de Orden de Transparencia Bancaria del Ministerio de Economía y Hacienda contempla entre sus posibles propuestas la de cobrar por asesorar a los clientes una comisión, que se movería entre 120 y 600 € la hora.

Me imagino que se dotarán los bancos, a semejanza de los taxis, de “consejímetros” para aplicar las tarifas. Los saludos, prolegómenos y despedidas de la entrevista no deben entrar en el cómputo. El director o asesor financiero debe avisarnos en qué momento pone en marcha el contador con alguna frase ritual como “a partir de este momento el verbo se hace consejo remunerado”. Además, como en el baloncesto, debe tener un interruptor para tiempos muertos. Los golpes de tos y las llamadas telefónicas inoportunas no  computan.

San Miguel de antaño

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El año agrícola empieza por san Miguel, cuando se voltea la tierra labrantía con la mano en la mancera para ofrecer su pecho fecundo al cielo esperando lluvia y tempero, cuando el membrillo maduro cae a la gavia y la brisa de la tarde trae hasta el pueblo olor a tierra mojada.

Por estas fechas  acuden al rodeo de Llerena los agricultores  y ganaderos a hacer los tratos de compra, venta o cambio de ganado.

Al rozar la alborada  los lomos de la sierra se tiene todo preparado: las bestias aparejadas, la merienda en la hortera y la botella de vino a buen recaudo dentro la alforja.

Por caminos hoy perdidos por el desuso  o apropiados por los dueños de fincas colindantes, cuando el sol de miel y membrillo de septiembre se comienza a  extender por los rastrojos y las pardas tierras de los barbechos, se inicia la marcha.  Sobre la bestia van pensativos los campesinos, acompañando con el movimiento de sus cuerpos el paso  uniforme y rítmico de la caballería. Después de casi dos horas de marcha llegan al rodeo.  Ante el acoso de los primeros tratantes que los han visto llegar, casi siempre de raza gitana,  ocultan  sus verdaderas  intenciones de compra, venta o cambio. El humo de un buen cigarro de petaca y  la mirada de reojo pasando de grupo en grupo, con mirada de liebre precavida, ayudan a estudiar la situación, mientras los animales, bien sujetos de los cabestros, abrevan en el pilar después de la caminata.

En el regateo hay que demostrar poco interés en lo que realmente se pretende y no dejarse embaucar porque el animal, azuzado por la varita de mimbre del gitano, muestre una postura bizarra y unos movimientos ágiles, pues no sería la primera vez que seducidos por el señuelo, se lleven en los días posteriores un desengaño al comprobar que lo que fue boyante en el rodeo, sin saber cómo ni por qué, se convierte en torpeza o falsedad.

Tras muchos tiras y aflojas,  muchas  fintas y amagos dialécticos, se cierra el trato de  compra, venta o  cambio con un apretón de manos y se emprende el camino de regreso.

Por estas fechas también se celebran los contratos verbales entre los grandes propietarios y  sus empleados: yunteros, pastores, gañanes, porqueros, cabreros… Mediante estos contratos trabajan durante un año  a las órdenes de aperadores y mayorales en las grandes casas de labranza. Si el trabajo es satisfactorio renovarán al año siguiente el pacto. El estatus laboral  de estos trabajadores  es intermedio entre los regímenes de los fijos y los eventuales. Son los acomodados.

La actividad en el campo se revitaliza  por san Miguel. Besanas y apriscos, arreos de yuntas y tañer de esquilas llenan la campiña de bucólicas estampas.

La radio y el fútbol

La radio era entonces  la única unión de los estadios de fútbol con nuestra imaginación en el monótono transcurrir de las horas del pueblo. La mágica finta que quiebra la cintura de un fornido defensa  en la frontal del área de castigo, el regate seco,  el oportuno desmarque, el pase de tiralíneas, la veloz carrera de Francisco Gento, la Galerna del Cantábrico, el prodigio malabar de Alfredo Di Stéfano, la  Saeta Rubia,  el coordinado avance de los Cinco Magníficos sobre el  verde césped de la Romareda,  el “¡uy!” de Juan Tribuna, aunque el balón pasase a dos metros del larguero, la voz de Pepe Bermejo en el Bernabeu…

Volábamos cada tarde de domingo del Sardinero a Altabix, del Carlos Tartiere al Manzanares, al Benito Villamarín, al Sánchez Pizjuán…, desde el cobijo de la solana,  desde calor del brasero, desde el plácido paseo por las afueras del pueblo o en nuestro particular partido de  fútbol en el campo al lado del arroyo  con el transistor apoyado en el poste de la portería en aquellas tardes tibias de otoño.

Todos los estadios a nuestro alcance,  transformando con nuestra imaginación las voces de los corresponsales de los distintos campos en un espectáculo multicolor animado por el griterío de unas gradas enfervorecidas.

Era nuestro asiento reservado en el voladizo de la fantasía.  Las voces exultantes de los comentaristas nos describían con su lenguaje hiperbólico y guerrero las hazañas de nuestros equipos.  Las tardes de los domingos con todos los partidos casi a la misma hora se convirtieron en rito tradicional de nuestras horas de asueto agitadas por  el continuo vaivén de los resultados.

Ahora vuelve el fútbol, pero ya no es igual. Desespera ese goteo de horarios impuesto por las televisiones,  y la verdad, algunos aburren hasta al más forofo. Los partidos imaginados a través de la palabra eran más entretenidos, pues los recreamos nosotros.

Despedida

Vino envuelta en los sudarios del aire. Traía la muerte asomándole por las barandas violetas de sus ojos. Se sentó en la silla de enea y estuvo posando su mirada en todos los rincones de la casa, como queriendo llevárselos consigo.

Aquí vivió su niñez y todos los espacios estaban llenos de ella. Tardó mucho en arrancar la vista del pequeño espejo rectangular, delante del que  su abuela se peinaba cada tarde antes de sentarse en la puerta de atrás a esperar a su marido de regreso del campo. La recordaba zurciendo la ropa con sus gafas de presbicia sujetas atrás con un elástico negro.

Antes de irse pasó su mano por la vieja puerta del corral, la que daba a la solana. La madera estaba reseca y descolorida. Guardaba las tardes ardientes del estío y el azote de los temporales entre sus grietas. Su mano amarilla y enferma, pero delicada y sensible, la recorrió con cariñosa parsimonia.

Era su sentimental despedida Al cerrarla sabía que no volvería nunca más a abrirla. La hierba que crecía entre los rollos  del patio se había expandido de forma anárquica, cubriéndolo todo. Se acercó al arriate donde el jazmín crecía bravío por las paredes desconchadas. El tinajón que recogía el agua de las canales y donde en las tardes de verano se asomaba hablando dentro de él para oír el eco de sus palabras, estaba ahora cubierto de jaramagos. Salió a la calle cuando el sol ya se ocultaba tras las sierras lejanas. Miró el crepúsculo de bellos tonos rojos.

Al mes de esta visita, ya entrado el otoño, cuando el rocío se posa en las hojas, se fue por la senda sin retorno y al jazmín de la vieja casa le salió por aquellos días una flor blanca y delicada entre sus hojas.