“¡Otra le cabe!”, gritaban los mozos exaltados de lujuria ante la media revolera que la vedette daba sobre el escenario enseñando sus torneadas piernas blancas.
Sin televisión y con el cine censurado por probos hombres vigilantes de la moral ajena, el único desahogo visual para el ímpetu sexual adolescente eran esas artistas que de vez en cuando recalaban por el pueblo con circos y teatros.
Entre silbidos y rascones en las entrepiernas los mozos daban rienda suelta a la represión pidiendo otra vuelta a la bailaora para que su falda volase de nuevo en círculo y dejase al aire el muslo bello, que dijo Espronceda, ¡qué gozo, qué placer!
El espectáculo ha cambiado de protagonistas. Los doctos hombres y mujeres del FMI desde el patio de butacas jalean a nuestros gobernantes para que suban un poco más los impuestos. Hay margen para ello. Aunque la soga de la penuria está ajustada sobre el cuello, aún no estamos cianóticos. ¡Otra le cabe!