El pozo de su memoria empezó a enturbiarse,
levemente al principio,
como si un pez removiera el fondo con su cola.
Una tenue bruma terrosa
se extendió por el agua.
– ¿Dónde coño habré puesto yo las gafas?
-No sé si me he tomado las pastillas.
Comenzó a escribir en un cuaderno
lo que quedaba por hacer y lo que había hecho
para poner freno al olvido.
Ayer, hoy y mañana
rompieron lindes y mezclaron horas.
Se perdía en las calles por las que anduvo siempre,
desorientado por la espesa niebla
que se había extendido por su mente.
Observaba las casas con ojos de asombro,
intentando encontrar la suya.
Un día un familiar halló el cuaderno
en el cajón de su mesilla
con un último apunte escrito:
El nombre de una calle, un número y un pueblo:
‘Mi casa, por si alguna vez me pierdo’.