Noviembre

unnamed
Noviembre es un mes de tempranas  y crecientes  sombras. Las umbrías ensanchan sus dominios y las carcomas silenciosas de la noche corroen cada día un trozo al manto de la luz. Comienza la treintena agrupando santidades  y sin tiempo para homenajear cumplidamente los méritos  de quienes alcanzaron la gloria  y los altares nos recuerda con  luctuosos tañidos  que otros ya no están entre nosotros, otros que  anduvieron por estas mismas calles y rincones donde se posan lentos y desmayados los dobles en su  recuerdo.
 En este mes  el rojo no es pasión, sino celaje frío y las tardes nubladas recuerdan el paisaje de un cuadro de Millet de intimista ambiente campesino.
 Cuentan  que los druidas, clase sacerdotal de la Europa céltica, se comunicaban por estas fechas  con sus antepasados muertos. Creían que en la noche del treinta y uno  de octubre, la víspera de su nuevo año, los espíritus regresaban a sus antiguos hogares para visitar a los que aún estaban por aquí. Les preparaban comida  por si  se les ocurría sentarse a la mesa, más por temor al acarreo de  desgracias si no cumplían con esta cortesía que por la  posibilidad de consumirla, pues eran por naturaleza frugales en el yantar. Así que los vivos se zampaban lo suyo y  lo de los muertos. 
 Nuestra cultura   adaptó  esta celebración  pagana a las creencias cristianas y dedicó  un día al recuerdo de los difuntos. De la comida tampoco nos olvidamos porque el buen comer  encaja bien con todos los credos y unas veces por pena y otras por  alegría nunca desentona su presencia.  Siendo pródiga nuestra tierra en excelentes frutos no estaría bien  dejar pasar la ocasión  y no comer los apetitosos presentes que nos ofrece.  Existe  una antigua costumbre, la “chaquetía”, que consiste  en coger   los productos  propios de esta estación: higos, castañas, granadas, nueces… e irse al campo a degustarlos. 
 casr

 

 

 

 

Las castañas llegan con el  corazón color trigueño  germinado  en el vientre del erizo. Traen del monte fresco la rubia  arruga hecha  apetitoso fruto.  Asada se le conoce en algunas zonas como calbote. El asador raja sus  pechos para darle al fuego, abiertos en canal,  su tierna entraña. Esparcen fragancias en el aire  delicado de noviembre, calientan nuestras manos en  cucuruchos de papel  y  ya en la  boca abren en ramilletes de sabores las esencias del otoño.
 Recuerdo  cuando, al cobijo de las enagüillas, las asábamos junto con bellotas, entre las ascuas del brasero. Les hacíamos la rajita de rigor con la navaja para  dar salida a la hinchazón que les produce el fuego y evitar que saltasen.
 A los membrillos los poníamos   debajo del anafre donde cocía lentamente el puchero con carbón de encina. Del color amarillo pasaban al  ocre caramelo. También se hacían  compotas y dulce de membrillo con ellos. ¡Qué exquisito el almíbar!
 Pasaba un vendedor voceando por la calle higos secos de Almoharín, distintivo de excelente calidad. Muchas noches con ellos,  castañas, pan y  aceitunas cenábamos.
 Recuerdo también la primera vez que probé siendo niño  los huesos de santo que los dulceros de Llerena exponían cada año en el escaparate…Sabores y olores que vuelven cuando las choperas, alamedas y castañares ofrecen en nuestros campos  una paleta  impresionante de tonos dorados.

2 respuestas a «Noviembre»

  1. ¡Parece que me llega el olor de las castañas,el dulzor de la compota…!
    No voy a se muy original pero digo lo mismo:grácias por escribir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.