Nochebuena

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Nos enseñaron que  Dios, esa idea de lo absoluto representada en los libros de historia sagrada   entre nubes, rayos luminosos y rodeado de angelitos se había encarnado y se había hecho hombre.
Misterios y  dogmas aparte, que eso sería entrar en la de Dios es Cristo y  esa disputa ya se debatió en el concilio de Nicea, la Navidad  que conmemora tal hecho se vivía más sencillamente. El pan sabía  a trabajo y el vino, que cubría de chapetas  encarnadas los rostros curtidos, a compañía.
La mesa de Nochebuena  se preparaba  con lo  mejor que había disponible. La imaginación y la mayor dedicación las ponían  las mujeres. Los hombres, en su mayoría, salían a tomar unas copas mientras ellas se afanaban en la cocina.
La  caja de mantecados, la botella  de anís de Cazalla o la crema de guindas guardada en la alacena eran los extras más frecuentes.  No se hacían dispendios porque ni sobraban caudales ni eran imprescindibles. Una mesa digna, sin derroches. También había quienes  recibían ayudas estos días. Eran los declarados oficialmente pobres, los de  solemnidad. Vaya eufemismo ceremonioso para calificar a  quienes lo habían perdido todo o nunca tuvieron nada.
Muy frecuente era el arroz con bacalao, el pollo de corral en pepitoria o en escabeche. De postre ‘puchas’ o  arroz con leche. Para qué más, si lo que celebrábamos era el nacimiento de un niño pobre entre las pajas de un pesebre porque  no encontró posada.
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La cena se remataba con una larga sobremesa donde se conversaba tal vez de los ausentes que siempre tienen un sitio reservado en nuestras mesas. A las doce íbamos a la misa del gallo. Allí en la iglesia destacaba el brillo de las  calvas blancas de los campesinos, pastores y  mayorales de esta tierra mía de extensas cabañas ganaderas.  Contrastaban  con sus rostros morenos de soles y colorados por el vino de la cena. Terminada la misa, nos íbamos a casa. No había aún esa costumbre de ir en busca del alba ebrios,  a ritmo de samba y bakalao.
El desarrollo económico y la televisión fueron cambiando las costumbres. La ventana que daba al mundo nos mostraba que existían allende las fronteras de idílica rusticidad de nuestros pueblos, más allá  de la candela de llamas  de la cocina familiar otras maneras de celebrar estas  fiestas,  otras comidas y espumosas bebidas  que la pantalla nos fue metiendo en casa.
Los tapones de las botellas de champán sellaron en el techo la arribada de las nuevas modas entre risas y jolgorio. Sus burbujas  rebosaban de las copas y se brindaba por la salud porque la lotería ya había pasado de largo. Las mesas  se llenaron de mariscos, carnes, turrones y refinados licores.
Papá Noel no había llegado aún con su trineo tirado por renos desde las lejanas  tierras nórdicas, ni el acebo ni  el muérdago adornaban nuestras casas. Sólo el portalito con los prados verdes y los mocos de fragua, el río de plata y las  lavanderas, los pastores a la lumbre de celofán y la  estrella del rabo señalando el lugar donde se hallaba  el establo con  la mula y el buey junto  al recién nacido. Allí cantábamos los villancicos tradicionales. Los peces, seguían bebiendo la inmortal estrofa del río.

3 respuestas a «Nochebuena»

  1. Pascuas decían por mi pueblo y eran las del recuerdo, el más bonito de unas entrañables fiestas, religiosas, tradicionales y respetadas hasta por los no creyentes. Hoy, márquetin, “loqueo” desenfrenado y paso del rulo que machaca al que no tiene… lástima de tiempo que no aprendemos

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