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Debieron ver las intenciones en mis ojos,
pero no les dije nada.
Las palabras no dichas quedaron en mi boca,
huérfanas de su destino
como inmaduro fruto con la helada inoportuna,
como abrazo o disparo a mitad de camino.
Pudieron evitar tristezas, dar ánimos o aclarar malentendidos.
También debieron poner a algún imbécil,
sobrado de alardes y grandezas, en su sitio,
pero ya es tarde.
Destemplado el acero,
no sirven martillos
y aguas pasadas no mueven molino.