No es justo

En la antigüedad los que sufrían una enfermedad contagiosa tenían que soportar, además de los males físicos, los psicológicos y sociales. 

Las pandemias han provocado siempre temor en la población y marginación en los infectados. Pasó con la lepra, con la peste, con la gripe española, con el SIDA…El desconocimiento de las formas de contagio agravaba estas actitudes. Recuerdo de niño el estigma que sufrían ciertas familias que habían tenido entre sus miembros uno tuberculoso.

Me llamaba la atención en las lecturas que hacía y charlas que nos impartían el caso de los leprosos. Enfermedad maldita desde antes de nuestra era. Cuentan las crónicas que cuando una persona era diagnosticada con ese temido padecimiento, no tan contagioso como se temía entonces, un sacerdote se acercaba a su casa para llevarlo a la iglesia. Allí confesaba por última vez y al terminar el oficio religioso lo despedían en la puerta: “Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”. Lo acompañaban hasta a los límites de la ciudad y le leían las prohibiciones. No podía lavarse en los arroyos ni salir de su morada si no era con el traje de leproso, complementado con una capucha de color café. No le estaba permitido acercarse a las tabernas a comprar vino ni tener relaciones sexuales, a no ser con su esposa, si esta no lo había abandonado todavía.

 Lo que más me sorprendía era que los aquejados de este mal debían ir por los caminos siguiendo la dirección del viento y avisar con una carraca o campanilla de su presencia cuando sintieran que se acercaba alguien. Allí, en campo abierto, apartados de todos, tenían que vivir el resto de sus días hasta su muerte.  Al producirse esta tenían que ser enterrados en sus propias casas.

Los avances técnicos, sanitarios y sociales desde entonces han sido espectaculares. No se abandona a nadie a su suerte ni se le expulsa a los confines de los pueblos y ciudades. Gracias a las instituciones sanitarias, pese a gestiones mejorables y a la merma de fondos que han sufrido, todos los afectados son atendidos. El trabajo y dedicación de los profesionales es fundamental.

Estos días nefastos, tanto los sanitarios como trabajadores de otras actividades imprescindibles para la subsistencia, están prestando un servicio público esencial. Ellos son los que reman mientras nosotros permanecemos en nuestros domicilios para que el barco en el que viajamos todos se mantenga a flote.  Debe de ser muy triste y deprimente regresar a casa después de una jornada de duro trabajo y encontrar una nota escrita en el portal pidiendo que abandonen su vivienda. Es injusto. Y deleznable pinchar las ruedas del coche de una médica y llamarla rata contagiosa. Afortunadamente la mayoría regresó ya de la Edad Media y anima y emociona que otros ciudadanos, como los de Lucena (Córdoba), despidan con aplausos a su vecina cuando sale de casa para ir al trabajo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.