Nieblas de la Pura

Puntuales a la cita han vuelto las nieblas por la Pura con su abrazo envolvente, húmedo y frío. Su presencia difumina lo cercano y oculta lejanías. Un boceto al carboncillo que la naturaleza traza de pueblos y parajes campestres en un lienzo uniforme y gris.  Tan cenicienta y, sin embargo, tan pródiga en regalos. Deja a su paso diáfanas perlas pendientes de los frutos y las hojas de los árboles. La retama es quien mejor las luce en el filo alargado de su talle. Si sales al campo cuando el sol comienza a abrir algunos huecos azules en su cuerpo, mira a contraluz y las verás brillar con todo su esplendor, mientras los vellones grises se desgajan y comienzan su retirada.
La niebla se extiende silenciosa, sin límites ni orillas. Conquista cimas y repta por las quebradas de las sierras. El viento contiene su aliento y cede paso y sitio a la invasora. Cuando arriba a un lugar parece que echa el ancla y queda quieta, pero en su interior pululan infinidad de minúsculas gotitas.
La niebla es el subconsciente del día y de la noche y, como en los sueños de la duermevela, teje sigilosamente un vaporoso velo de confusión que enreda pensamientos en el límite de la consciencia.
En el campo confunde caminos y desorienta al caminante. No te salgas de la senda ni la dejes por trochas y atajos porque es probable que confundas el destino.
Los olivos y encinas parecen planetas estáticos dentro de la materia gris de otro universo. Entre ellos pierdes todas las referencias de orientación y extrañas parajes que en días claros has andado muchas veces.  De improviso te salen al paso las paredes caídas de cortijos viejos y vislumbras al fondo fantasmales cercados y alamedas.
Hay nieblas ‘calaeras’, que son las hermanas pequeñas de la lluvia. Calabobos, orvallo, sirimiri, las denominan según regiones. Otras son menos espesas, como traslúcidos tules al vuelo, parientes de la bruma marinera tierra adentro.
La noche acrecienta su misterio. Forma un halo difuso alrededor de las luces de las farolas, ojos asombrados con ojeras blancas perdidos en un mar de tinieblas.
Su presencia en las películas les añade intriga a sus tramas. Un duelo de honor al amanecer con padrinos y testigos. Unos pasos que suenan sin saber su procedencia.  El asesino que huye por un puente o se pierde por callejas solitarias… La escena del aeropuerto en ‘Casablanca’ no tendría el mismo renombre sin su presencia. Rick se despide de Ilsa y su marido, Víctor Laszlo, mientras el avión espera. Memorable final en que aquel y el capitán Louis Renault se alejan adentrándose en la niebla con el presentimiento de que aquello sería el comienzo de una hermosa amistad.
Dejando a un lado el encanto que pueda producir a fotógrafos, cineastas y poetas, la niebla es una visitante a la que no hay que ofrecerle asiento en sus visitas. Ni las chacinas ni las bodegas soportan mucho tiempo su presencia. Los vinos porque no decantan y los productos de la matanza porque no se curan y crían moho. Los dos necesitan el frío de las escarchas. Tampoco es una acompañante bienvenida para los viajes, como el que muchos de ustedes emprenderán en este puente de la Inmaculada, que les deseo feliz y sin problemas.

2 respuestas a «Nieblas de la Pura»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.