Ni tanto ni tan calvo.

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Existe una percepción idílica  de la vida en los pueblos pequeños. El campo está cerca y se puede disfrutar de él saliendo a los ejidos y a las huertas.  El sosiego, la paz con estampas bucólicas. Pero también hay inconvenientes a los que unos se acomodan mejor que otros cuando se vive siempre en ellos.
En un grupo social reducido suelen darse afectos sinceros y odios profundos.  Ya lo dice el refrán: “Pueblo pequeño, infierno grande”. Existen   castas, no en el sentido de privilegio ni separación, sino de pertenencia o linaje,  racimos de familias con intereses entrecruzados.  Herencias, rencillas, lindes,… La cercanía acrecienta y profundiza los afectos y los desafectos.
Una persona  en la ciudad puede ser un anónimo ciudadano  del que solo  saben sus vecinos de piso por   encuentros esporádicos en la escalera. Se  pueden tener   actividades, aficiones e incluso una vida paralela sin que nadie sospeche nada.  En un pueblo pequeño es muy difícil. La convivencia y las relaciones sociales entre los vecinos son fluidas y frecuentes.  Visitas, saludos, invitaciones…las más de las veces educadas y afectuosas, pero otras solo aparentemente.
En el pueblo no solo eres tú, sino que eres  hijo, nieto y bisnieto, hermano, padre o cuñado de. Miembro de una red de parentescos que te identifica y te encuadra. ¡No tendrá a quien parecerse!, dicen cuando algún rasgo de la personalidad o conducta recuerda a los ancestros. 
Para hacerse una idea del entronque  hay casos en que para nombrar a una persona se recurre a enlazarlos con sus padres y abuelos. Así, por ejemplo, Pedro, el de María la de tío Eusebio. 
Aparte están los motes que a veces designan a familias enteras por el lugar de trabajo u oficios desempeñados: los de Valjuncoso,  los  de Cartuja…O por algún acontecimiento:   los de la herencia o los del medio millón.
Tan intensas  son las relaciones  como extensas pueden ser  las distancias si se deterioran. Un abandono de noviazgo,  una invasión de lindes  o  desavenencias por un pozo compartido pueden ocasionar  enfados irreconciliables  de por vida, transmisibles de padres a hijos y extensibles a toda la parentela. 
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Un gran hermano de visillos y esquinas es el  guardián moral de las más acendradas tradiciones. Vigila, mantiene y encauza  por la senda de  normas no escritas  la  decencia y los comportamientos ajenos y  esto  es corsé que a muchos aprisiona.
Las nuevas generaciones han roto afortunadamente muchas ataduras y soltado muchos lastres. Hacen lo que les da la  gana  sin importarles  las opiniones ajenas,  pero tiempos hubo en  que   un  embarazo  sin haber pasado por la vicaría  mandaba   a las afectadas al lazareto de la marginación con estigma y cicatriz de por vida. Convivir con la pareja sin casarse, era marca de infamia y desprestigio con recriminaciones  desde el  púlpito y runrún de los corrillos. Yo, que soy un amante del pueblo, no dejo de reconocer sus virtudes y defectos. Y aprecio el buen y casi familiar trato entre vecinos, sobre todo los de por cima, por bajo y los de enfrente con los que se tenía una relación especial. Eran los primeros en acudir en ayuda en los casos de apuro. Por eso, ni tanto ni tan calvo. Ni todo es tan idílico ni se anda siempre a tiros.

2 respuestas a «Ni tanto ni tan calvo.»

  1. Amigo caro, ya no sólo haces de tus caricias narrativas de paisajes, pueblos y costumbres; ahora percibo que analizas y describes las inquietudes del alma y el cuerpo analizádolas al estilo de los Diálogos de Platón.Un abrazo.
    Oye, tenía ganas de proponerte que me hicieras una visita a mi campo donde podemos compartir algo del alma y por qué no darle gusto al cuerpo con un trago y un bocao. Llámame y quedamos: 675685571.

    1. Amigo Antonio, cuánto tiempo ya sin echar un buen rato con trago y bocado. Aunque ya no estamos en la veintena ni en la treintena siempre es agradable volver a tener contacto con los amigos. Ya hablaremos. Un abrazo.

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