Cuando llegues a cualesquiera de nuestros pueblos es posible que localices mejor a la persona que buscas si sabes el mote por el que es conocida. Es una forma directa y rápida para no errar. Pero ten cuidado de no ofender involuntariamente porque hay quienes escuchan su apodo o el de su familia y reaccionan como si les tiraras un gato a la cara. Están los que los aceptan, quienes lo llevan con orgullo y a quienes no puedes decírselo en la en la cara so pena de enfrentamiento.
Existen sobrenombres que derivan del oficio desempeñado, como carniceros, esquiladores o diteros. Otros, vía sinécdoque, compendian en un vocablo la identidad, como Cerote, famoso zapatero. Hay familias que son conocidas por la finca donde trabajaron ellos o sus antepasados, como los de la Virgen del Ara, los de la Vicaría o Encinalejos. Los motes que aluden a deficiencia físicas, como cojeras o bizqueras, es mejor evitarlos por ser de mal gusto y humillantes.
El ingenio y capacidad de observación de los que motejan son asombrosos. En mi pueblo había dos hermanas que siempre vestían de negro y entraban y salían de su casa con la asiduidad que los recados y faenas demandan. Un vecino que tenía por oficio más conocido sentarse en la puerta de su casa no dudó en bautizarlas como las Golondrinas.
Tan frecuentes son los apodos y tan enraizados están en nuestra idiosincrasia que en algunos pueblos confeccionaron la guía telefónica con ellos, como sucedió en Cedillo, Cáceres.
El otro día requerí los servicios de un electricista en ciudad ajena y le pregunté el nombre para localizarlo en una próxima ocasión. “Pregunte usted por Juan el Chispa”, me dijo. No quedé muy convencido de la efectividad de los empalmes que pudiera hacer si de ellos resultaban estas.
A un señor que se las daba de fino cada vez que hablaba le pusieron el Entrefino. El Letra a quien cobraba las de cambio con aquella cartera alargada. Trancas largas al que andaba con pasos excesivos.
Otro tema es el gentilicio coloquial con el que se designan a algunos naturales de ciertos pueblos, producto sin duda de rivalidades vecinas. A los de Usagre les llaman Panzones, Culebrones a los de Bienvenida. Serones a los de Villanueva y Calabazones a los de don Benito, por citar solo unos ejemplos.
Caso curioso es el de Guadalcanal, hermoso pueblo de la provincia lindera de Sevilla, donde por la abundancia que hubo de haber de folladores, (no pienses mal, se refieren a operarios que afuellan en las fraguas) se les conoce con tal denominación que lleva al equívoco. Original el de mi pueblo: Pahilones.
A Berlanga, donde apodar es uso corriente sin que los apodados se ofendan, llegó un día un camionero a un bar preguntando por un vecino del que aportó nombre y apellidos. Después de deliberar los asistentes sobre la identidad del aludido, el dueño del local exclamó: “¡Ah, sí, hombre, ese es el Gato!”. Salió a la puerta para indicarle con referencias más visibles la casa donde moraba el susodicho. “Cuando llegue usted allí, pregunte por el Gato, dígale que lo manda Ratón”. Tal era el apodo de quien tan amablemente lo guiaba. El camionero, desconcertado, no sabía si se estaba burlando de él o le estaba dando razón cierta.