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La vida es una gota de lluvia
que irremediablemente resbala
hacia el junquillo del cristal.
Cercano ya el final del recorrido,
¿qué queda entre mis manos
de aquellos puños rosas de algodón
trazando garabatos en la escuela?
Fueron mi primer amarre a la vida
en el puerto seguro de mis padres,
las de las presas de arena
en los regatos de la calle,
las que buscaban lagartijas
en el sol de las roquedas,
las de mimos y caricias.
Sellaron tratos de palabra honrada,
alisaron cabellos
y consolaron llantos.
También hirieron
y demandan perdón.
¿Qué fue de tantos soles
y tantas sementeras,
de las ubérrimas cosechas,
de la besana y los graneros?
¿Qué queda de su tacto en tu cintura,
de la pasión del sexo adolescente,
de las andanzas por tu piel desnuda,
lomas y valles placenteros,
senos de amor, goce y ternura?
Sólo quedan durezas
donde antes hubo espigas.
Un capital entre los dedos
se fue por sus rendijas
dilapidando riquezas y afectos.
Al ofertorio final, nada llevo,
cáliz vacío de viejos sarmientos.
Está dispuesto el cuerpo a la partida,
mis manos van conmigo.
Por ellas pasó, cual agua entre tejas,
todo lo vivido.