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Tan simples y tan complejos somos
que lo que niega la razón con argumentos
lo abraza efusiva la emoción.
Yo, que pienso que no son verdad los cuentos,
no puedo evitar estremecerme.
Y es que los santos no son de madera ni las vírgenes de cera:
Son de lágrimas y pies descalzos.
El milagro no vendrá de mantos de seda bordados con oro
ni de varales repujados en plata.
El milagro eres tú, corpulento varón, llorando como un niño.
O tú, mujer, cumpliendo promesas por el altar del suelo.
O tú, costalero, uncido a las trabajaderas.
Por eso me admiran las personas capaces de odiar y amar en una misma mañana,
posesos de codicia y al poco de desprendimiento.
El prodigio diario encarnado en cada uno de nosotros.