Mi querida España

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta piel de toro que habitamos con rabo por Gibraltar, costillares en la meseta e ijares en tierras extremeñas, está curtida al sol del mediodía y azotada por vientos de distintas direcciones: solanos, cierzos, mistrales, gallegos, tramontanas…Además de remolinos y tolvaneras que sorprenden con violentas espirales. Pero, al mismo tiempo, es susceptible e irritable cuando le tocan sus partes más sensibles.

No es alergia de adolescencia, pues es vieja y está experimentada en mil batallas. Lo genera su propia idiosincrasia, su sistema inmune que se replica a sí mismo como el eco de la tormenta entre montañas.

 

 

 

 

 

 

 

 

En ella pusieron sus pies iberos, celtas, celtíberos, fenicios, griegos, tartesios, cartagineses romanos, godos, musulmanes que fueron dejando un poso de culturas y civilizaciones…Y, desgraciadamente, también de guerras. Tenemos un listado numeroso. Entre otras, la de Sucesión a la muerte de Carlos II, la de la Independencia contra los franceses, la guerra de los Comuneros de Castilla, con Carlos I de España y V de Alemania como emperador, que llevaron al cadalso a Padilla Bravo y Maldonado, como citábamos de corrido en la escuela. Tres guerras carlistas por la pugna entre los partidarios del infante Carlos María Isidro e Isabel II, la permanente disputa entre conservadores y liberales. Y la más reciente, la civil del treinta y seis.

La Constitución de 1978, con zonas de penumbra mejorables, ha propiciado un largo periodo de estabilidad y progreso. Pero a esta piel, que debería de estar curada de espanto y asentada, todavía le salen urticarias.

Después de seis siglos no hemos conseguido tapar las grietas de su construcción por la falta de visión política de unos dirigentes que se pasan o no llegan.

 

 

 

 

Este desasosiego de acostarnos temiendo que las goteras del techo, allá arriba, nos echen el edificio abajo, es un continuo sinvivir. No podemos soportar permanentemente esta zozobra.

José Ortega y Gasset en la ‘España invertebrada’ escribe: “La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”.

Y cuando uno no se siente parte del grupo tira de la manta y deja con los pies al aire a los demás. Viendo de donde proceden los tirones puede suponerse quiénes vamos a sufrir los primeros estornudos.

No queremos una situación como la que describió Antonio Machado: “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España/ de carnaval vestida/nos la pusieron pobre, escuálida y beoda, /para que no acertara la mano con la herida”.

Cambiarán los gobiernos, pero los problemas seguirán mientras no se les dé solución, que no pasa por enfrentar a la mitad de los españoles con la otra mitad. Esta tarea corresponde a estadistas de altura que, sin caballos de Pavía ni destrucción del Estado, sean capaces de fijar límites claros, precisos y estables, sin menoscabo de dignidad y derechos para nadie.

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