Contaban los viejos que ya han muerto a los niños de entonces, que ya somos viejos, que en vísperas de la guerra civil hubo un gran corrimiento de estrellas. Los fenómenos en el cielo crean incertidumbre y miedo cuando no se saben las causas que los originan. Se recurre a supersticiones y a supuestos designios de un ser superior para intentar explicar su significado. En este caso lo asociaron, a toro pasado, con el anuncio de las desgracias que ocurrieron después. ‘Señales en el cielo calamidades en la tierra’. Consultados los anales de la época, el corrimiento más destacado tuvo lugar unos años antes. La noche del 9 de octubre de 1933. Pienso que, si el cielo anunciara todas las guerras y desgracias que hay sobre la tierra, sería un espectáculo permanente de cometas, estrellas fugaces y auroras boreales.
De otros julios de mi niñez y adolescencia quedan en la memoria posos de crónicas con enfáticas y laudatorias voces ensalzando al régimen que tomó el nombre del alzamiento que se produjo el dieciocho de este mes y que celebraba una gran recepción con actuaciones de artistas en los jardines del palacio segoviano de la Granja.
Nos informaba, es un decir, el NODO, noticiero que ponía ‘el mundo entero al alcance de todos los españoles’. Aperitivo propagandístico que proyectaban antes de las películas y que nos pintaba una dichosa Arcadia. Aguas pasadas, a pesar de la pertinaz sequía, que todavía mueve algún molino.
La gente del común ocupaba el tiempo en otros menesteres. Entre ellos el de procurar que no faltara cada día el pan en la mesa. Se pedía al cielo, pero había que buscarlo con sudor en la tierra.
De aquellos julios también recuerdo las campanadas en el reloj de la torre cuando se habían ido casi todos a sus casas, ya de madrugada. Charlábamos entonces sin prisas algunos amigos sentados en los bancos de la plaza. El tiempo corría todavía al ralentí.
Hoy, día de la Virgen del Carmen, llegan ecos de salves marineras tierra adentro, prendidas como alamares en el manto de la brisa que viene del mar.
Julio, médula espinal del estío, deja cortados charcos en los arroyos y a las junqueras de guardia en las riberas. La calima blanquea el azul y reverbera en las distancias. Los machos de las chicharras estridulan a golpes de timbales su llamada a las hembras en la quietud del calor del mediodía. Un celo de sierras que corta el aire denso en las dehesas y olivares.
Desde aquellos meses de julio a estos han pasado muchas cosas y cambiado muchas costumbres. Ya no hay corrillos de vecinos sentados al fresco en la plazuela, ni juegan los niños a esconderse entre las sombras de la calle y los carros aparcados en las puertas. De vez en cuando una estrella fugaz raya de blanco el cielo de la noche. ¿Nos estarán avisando de algo?