En los años sesenta el médico titular de Ahillones es D. Ángel Alemán. Todos los días del año pasa por las casas de los enfermos a visitarlos. En invierno aumenta el número por las gripes y los enfriamientos. Con el cigarro canario Rex en la mano y su abrigo largo llega a la habitación donde está el paciente. Sus gafas se empañan por la diferencia de temperatura entre la calle y la casa, y, si está lloviendo, con gotitas de agua en los cristales que le dificultan aún más la visión. El humo del tabaco se confunde con el vaho que sale de su boca. Toma el pulso, pone el termómetro, mide la presión arterial, da su diagnóstico y prescribe el tratamiento con pocas y a veces casi ininteligibles palabras por el bajo tono con el que habla. Todos los días que dura la enfermedad pasa a hacer la visita. Hacia las dos de la tarde baja a su casa en la calle Hernán Cortés y pasa también consulta. Antes, tiene otra sesión de trabajo en el que fue antiguo Dispensario Antipalúdico, en la plaza. En su sentido más genuino, los médicos lo son de cabecera. Las veinticuatro horas están de guardia. Son frecuentes por entonces en la sanidad las igualas, que ayudan a completar el poco abultado sueldo que se abona a los sanitarios Este sistema de las igualas es utilizado también en esta época por los barberos que pelan y afeitan una o dos veces al mes mediante el abono anual de una cantidad.
D. Ángel se fue en silencio a Zafra, sin que se le hiciese el reconocimiento que creo que merecía.