Las milicias ciudadanas han tomado los caminos que rodean el pueblo para alejar de sus contornos la grasa, el azúcar y la sal. No hay hora de la mañana o de la tarde en las que no se vean entusiastas centinelas de la salud con paso firme y dispuesto disuadiendo a estos declarados enemigos para que se abstengan de penetrar en el recinto amurallado de la buena alimentación.
Tal es su disposición que costumbres enraizadas como las matanzas caseras han descendido de forma considerable. No ha mucho, en estas mañanas de invierno, con los tejados blancos de la helada y el humo saliendo por las chimeneas se oían los agudos gruñidos del sacrificio matancero. Ya son contadas las familias que conservan esta tradición que surtía despensas y alacenas.
El plato de aceitunas con pan ha sido proscrito y culpado de los más abominables problemas de hipertensión y colesterol.
¿Dónde fueron aquellos desayunos a la vera de la candela con manteca “colorá”?
¿Y aquellas cenas con las presas conservadas en manteca?
¿Y los cocidos con tocino fresco y costillas adobadas?
¡Ay, análisis, no dudo del bien que hacéis y de que nos alargáis la vida, pero qué precio más alto estamos pagando!