La plaza de Minayo, bautizada así en honor de Manuel Pérez Minayo, obispo de la ciudad desde 1755 a 1759, luce junto a otros nombres de ilustres próceres. José Moreno Nieto, político e historiador de Siruela, en el centro y pedestal y Adelardo López de Ayala, escritor, académico y político, nacido en Guadalcanal cuanto esta localidad era extremeña, dando nombre al emblemático teatro.
La biblioteca municipal de Badajoz estuvo ubicada en el edificio de Cultura de esta plaza desde el año 1959 hasta 1979. Los estudiantes recalábamos en ella para documentarnos sobre temas que nos mandaban realizar.
Allí trabajaba por las tardes de ayudante de bibliotecario el poeta extremeño Manuel Pacheco Conejo, quien por meritoria obra ha venido a dar lustre a tan selecto elenco.
Tenía entonces abundante y ondulada cabellera y profundas arrugas en el rostro que la vida le había marcado. Vestía con abrigo de cuello vuelto y mostraba una amabilidad a prueba de estudiante despistado.
Ni era yo entonces ni soy ahora conocedor de su obra completa, pero me llamó la atención por su aspecto bohemio.
Hablé con él lo imprescindible cuando necesitaba algún libro para consultar. Estaba interesado entonces por la meteorología y quería saber sobre borrascas, frentes y anticiclones. Por las estanterías anduvo buscando y acarreándome solícito cuanto encontró referente al tema.
Cuando murió su padre, de profesión zapatero, su madre se vio obligada para sacar adelante a sus cuatro hijos a ingresarlo en un orfelinato. “En largo banco de piedra/ sentaron mis siete años. /Patio empedrado de hospicio/para jugar hospicianos. Yo en el hueco de la piedra, como una piedra soñando … “.
A los dieciocho años, durante la guerra civil, fue llamado para incorporarse a filas. Y fue aquel soldado quien le contestó al sargento intrigado porque sus cartucheras pesaran tan poco: “No llevo balas de muerte/ llevo velas”. Velas para leer poesía casi a escondidas en los libros que nutrieron su afán autodidacta de saber.
“Fui monaguillo, cantador de tangos, fotógrafo, ebanista, cargador de muelle en la estación de ferrocarril de Badajoz, albañil, marmolista, repartidor de hojas de empadronamiento, comparsa de teatro. Pasé hambre y me fui a Portugal en busca de comida”. Su obra viene determinada por estas vivencias y por su compromiso moral con los semejantes. “No hay lugar para la poesía pura de los ruiseñores”.
Murió el 13 de marzo de 1998. El día diecinueve de diciembre de este nefasto año vírico y bisiesto se cumplen cien años de su nacimiento.
Leí en el periódico HOY que un comité coordinado por el profesor Antonio Viudas Camarasa, nombrado por Manuel Pacheco como “albacea de su espíritu” y profundo conocedor de su obra, quiere por medio de diversas actuaciones preservar el legado literario y la memoria de quien en palabras del mismo profesor “es el mejor escritor del siglo XX de Extremadura, aunque las envidias de los escritores burgueses lo excluyeran de sus antologías”.