Pertenecer a la misma quinta creaba, por las vivencias compartidas, lazos de afecto y complicidad entre sus miembros, que eran más intensos y estrechos si el servicio militar se hacía en el mismo cuartel o en la misma ciudad.
Un hombre mayor puede que no recuerde la fecha de su nacimiento, pero lo que no olvida es el año en el que entró en quinta. Es la referencia para saber su edad y la manera de averiguar la de sus conocidos: Ese es una quinta mayor que yo o dos quintas más pequeño. Eran entonces veintiuno los años con los que se reclutaba a los mozos. En el mes de marzo se realizaba el marqueo. El salón del ayuntamiento se llenaba de amigos y familiares. El funcionario encargado nombraba a los jóvenes y estos subían al estrado. Se les preguntaba si tenían algo que alegar que les eximiera de la obligación de incorporarse a filas. El tallador les sujetaba la barbilla para que la cabeza quedara en posición erguida, horizontal a la tabla que marcaba la estatura y los instruía sobre la forma de colocar los pies, juntos y pegados al medidor. En voz alta pronunciaba la talla de cada uno. Después pasaban a una sala contigua donde eran pesados y reconocidos por el médico.
Archivo de Rafael Solaz
Terminado el acto, los mozos desbordados de jarana y bullanga, con los números de la talla escritos con tiza en las espaldas, recorrían las calles del pueblo, bien provistos del fruto de la vid y haciendo extravagancias que todos comprendían y justificaban como cosas de los quintos. Visitaban las casas de cada uno de ellos donde eran agasajados y los que estaban novios o andaban queriendo enamorar enderezaban porte y repartían miradas por si la mocita estuviera en la puerta o detrás de la ventana observando. Les esperaba después dar cuenta de una caldereta que algún amigo o familiar se había prestado gustosamente a prepararles. No era la única comida en grupo que acarreaba tan señalada festividad, pues en semanas y meses precedentes siempre se buscaba fecha para compartir alguna por tal motivo.
Recuerdo cuando yo era pequeño los cantos de los quintos en la madrugada: “Esta noche ha llovido, mañana hay barro…”, “Quinto levanta, tira de la manta…” ¡Los creía yo entonces tan mayores y después los vi tan niños!
En noviembre se celebraba el sorteo. Desde la sede de la zona de reclutamiento enviaban a los ayuntamientos el resultado del mismo y esta vez con el nombre de los destinos en las espaldas recorrían las calles del pueblo con idéntico bagaje de calderetas, bulla y cantos. Cuando España conservaba aún posesiones en África: Guinea, Sidi Ifni, Sahara, la peor noticia para las familias era que el sorteo los hubiera destinado allí.
Al año siguiente se iban incorporando a sus destinos en sus respectivos reemplazos. La noche antes de irse, los amigos y vecinos acudían a sus casas a despedirlos y a desearles suerte.
Concluida la mili se suponía, como el valor, la madurez necesaria para asentar cabeza y fijar casamiento.