Los quintos.

quinta68-

Publicado en el periódico HOY, sección Raíces.

 Pertenecer a la misma  quinta creaba, por las vivencias compartidas,  lazos de afecto y complicidad entre sus miembros, que eran  más intensos y estrechos si el servicio militar se hacía  en el mismo cuartel o en la misma ciudad. 

 Un hombre mayor puede que no recuerde  la fecha de su nacimiento, pero lo que no olvida es el año en el que entró en quinta. Es la referencia para saber  su edad y la manera de averiguar la de sus conocidos: Ese es  una quinta mayor que yo o dos quintas más pequeño. Eran entonces veintiuno los años con los que se reclutaba   a los mozos.  En el mes de marzo se realizaba  el marqueo.  El salón del ayuntamiento se  llenaba de amigos y familiares. El funcionario encargado nombraba  a los jóvenes  y estos  subían  al estrado. Se les preguntaba si tenían algo que alegar que les  eximiera de la obligación de incorporarse a filas. El tallador les sujetaba la barbilla para que la cabeza quedara en posición erguida, horizontal a la tabla que marcaba la estatura y los  instruía sobre la forma de colocar los pies, juntos y pegados al medidor. En voz alta pronunciaba  la talla de cada uno.  Después pasaban  a una sala contigua donde eran pesados y reconocidos por el médico.

Archivo Rafael Solaz

Archivo de Rafael Solaz

 Terminado el acto,  los mozos desbordados de jarana y bullanga, con los números de la talla escritos con tiza en las espaldas, recorrían las calles del pueblo, bien provistos del fruto de la vid y haciendo extravagancias que todos comprendían y justificaban como  cosas de los quintos. Visitaban las casas de cada uno de ellos donde eran agasajados y los que estaban novios o andaban queriendo enamorar enderezaban porte y repartían miradas por si la mocita  estuviera en la puerta o detrás de la ventana observando. Les esperaba después dar cuenta de una caldereta que algún amigo o familiar se había prestado gustosamente  a prepararles. No era la única comida en grupo que  acarreaba tan señalada festividad, pues  en semanas y meses precedentes siempre se buscaba fecha  para compartir alguna por tal motivo.

 Recuerdo cuando yo  era pequeño los cantos de los quintos en la madrugada: “Esta noche ha llovido, mañana hay barro…”,  “Quinto levanta, tira de la manta…” ¡Los creía yo entonces tan mayores y después los vi tan niños!

 En noviembre  se celebraba  el sorteo. Desde la sede de la  zona de reclutamiento  enviaban a los ayuntamientos el resultado del mismo y esta vez  con el nombre de los destinos  en las espaldas recorrían  las calles del pueblo con idéntico bagaje de calderetas, bulla y cantos.  Cuando España conservaba aún posesiones en África: Guinea, Sidi Ifni, Sahara,  la peor noticia para las familias era que  el sorteo los  hubiera destinado allí.

 Al año siguiente  se iban incorporando a sus destinos en sus respectivos  reemplazos.  La noche antes de irse, los amigos y vecinos acudían a sus casas a despedirlos y a desearles suerte.

 Concluida la mili se suponía, como el valor, la madurez necesaria para asentar cabeza y fijar casamiento.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.